El príncipe y el rebelde

La gente juzga la bondad de una acción por su resultado final, dice Maquiavelo. Si el príncipe gana y se mantiene en el poder, su proceder será visto con buenos ojos. Si pierde será, en cambio, despreciado. Ganar y mantenerse en el poder son, por tanto, las obligaciones más importantes del príncipe, asegura este filósofo.

Para ganar y mantenerse en el poder -para cubrirse de gloria- es indispensable que el gobernante alcance autonomía económica y política. Para que eso ocurra, dice Maquiavelo, el príncipe tiene que adquirir territorios, ejércitos y dinero. Acumular recursos es un apetito natural y nadie debería juzgar a otra persona por querer satisfacer una inclinación perfectamente humana.

Llevado hasta sus últimas consecuencias, este razonamiento permite a Maquiavelo concluir que un príncipe puede romper acuerdos y promesas -es decir leyes- si aquello le permite satisfacer su deseo de ganar y quedarse en el poder.

Tener una necesidad es automáticamente equiparada con tener el derecho y la obligación de satisfacerla. La incontinencia y la insaciabilidad se convierten, de esta manera, en los códigos principales del príncipe. La precaución no es recomendable para este gobernante, sino una actitud audaz e impetuosa, afirma Maquiavelo.

Albert Camus también concibió al ímpetu y a la audacia como virtudes políticas importantes. Pero ellas debían ser ejercidas dentro de un marco específico que él denominó la ‘moral de los límites’. Esta moral consiste en anteponer los escrúpulos al cálculo o a la búsqueda de un resultado específico. Por esto es que la moral de Camus es la antípoda de la ‘moral de las consecuencias’, propugnada por Maquiavelo.

¿Cómo toman cuerpo el ímpetu y la audacia en la filosofía de Camus? A través de la rebeldía. La rebeldía no es una búsqueda de anarquía absoluta, sino un “ataque al poder ilimitado”, dice el filósofo argelino en un libro titulado ‘El hombre rebelde’. Decir ‘No’ es la principal característica de ese rebelde y toma aquella postura porque está convencido de que la sociedad en la que vive tiene valores que deben ser preservados. La rebeldía de Camus defiende principios, no resultados.

Puede ser que la ‘moral de las consecuencias’ -la práctica política orientada a conseguir resultados sin que importe la legitimidad de los medios que se utilicen- gane por el momento en el Ecuador. Pero estoy convencido que también hay un resurgimiento de una ‘moral de los límites’ en el teatro político local, porque cada vez hay más personas que están dispuestas a rebelarse y a decir ‘No’ a un Régimen insaciable de poder. ¿Qué visión política se impondrá finalmente? ¿La del príncipe de Maquiavelo o la del rebelde de Camus?

Suplementos digitales