Primera y última década

‘Un pronóstico parece seguro: la convertibilidad perdurará’, afirmó el semanario británico The Economist en mayo de 2000, año y medio antes del colapso de ese régimen cambiario en la Argentina. Los argentinos también fueron incapaces de prever el fin de la convertibilidad, pues a mediados de 2001 -seis meses antes del funesto desenlace- la vasta mayoría de la sociedad y los políticos respaldaban el sistema cambiario y anhelaban su permanencia.

Pasado mañana se cumplen 10 años del anuncio de la dolarización oficial en el Ecuador. Y todo parece indicar que esta se encuentra en el mismo carril que la convertibilidad en la Argentina: a pesar de gozar de una extensa aprobación social y de la creencia popular de que el sistema perdurará, las políticas públicas están llevándola al despeñadero.

La principal amenaza a la estabilidad de la dolarización es el dispendio público. Si el Gobierno se queda sin plata, enfrentará una gran tentación de imprimir dinero propio para cumplir sus ofrecimientos, tarea aun más fácil ahora que el Banco Central es una dependencia del Ejecutivo.

Resulta que ese escenario se ha vuelto cada vez más probable. La eliminación de los límites al crecimiento del gasto fiscal, la supresión de los fondos de ahorro, la reciente sepultura del concepto de reservas, entre otras reformas, han agudizado la tendencia de que el gasto público exceda al ingreso, y han dejado sin cabida al ahorro y a la prevención. Resultado: ya no existe ahorro público y para este año se prevén necesidades de financiamiento por más de USD 4 000 millones en un entorno de precarias relaciones con los prestamistas.

Otra pata floja de la dolarización en el Ecuador es la imposibilidad de abaratar la economía. Un país con moneda propia puede estimular las exportaciones y disuadir las importaciones a través de devaluaciones. En cambio, si los precios de un país dolarizado suben, no es posible equilibrar la balanza comercial con devaluaciones. La única alternativa es reducir temporalmente los salarios; pero eso está prohibido. De ahí surge el riesgo de que la economía se vuelva muy cara y, en consecuencia, poco competitiva, como ocurrió en la Argentina antes de que se rompa la paridad con el dólar.

El alegre manejo de los recursos públicos y la rigidez laboral son las principales amenazas a la permanencia de la dolarización. No es garantía que Correa, a pesar de rechazar abiertamente la dolarización -como si no hubiera notado que con el dólar la población ya no pierde su capacidad adquisitiva-, haya manifestado su compromiso de mantenerla. A finales de 1998, Eduardo Duhalde, entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, afirmó que la Argentina “jamás” abandonaría la convertibilidad. Paradójicamente, años más tarde, él mismo ordenó la devaluación del peso.

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