Redacción Espectáculo
Natalie Mora tiene 5 años, ojos curiosos y sonrisa amplia. El domingo fue con sus tíos a ver ‘La princesa y el sapo’ .
Otras niñas de edad similar patinaban sobre la baldosa brillante del vestíbulo de Multicines CCI. Luego, en la fila previa al ingreso a la sala 4, Natalie, impaciente, preguntaba una y otra vez “¿falta mucho?, ¿ya vamos a entrar?”. Y un “sí, ya mismo” prolongaba por unos minutos más la espera.
Heroínas de otras etnias
‘Pocahontas’ (1995) representa a la hija del líder de una tribu de Norteamérica. Ella se enamora de un colono inglés, John Smith.
En medio de la Dinastía Ming, aparece Mulan. La heroína asiática estuvo en la pantalla en 1998.
En 2002 apareció Lilo, una niña huérfana hawaiana. Su compañero de aventuras fue Stitch.Ya en la antepenúltima fila de butacas, Natalie se sienta: canguil, gaseosa y chocolate frente a ella. La niña tiene una fascinación por la princesas de Disney, su favorita es Bella, de la ‘La bella y la bestia’.
Las botas moradas de Natalie llaman la atención de la niña de la fila de adelante. Sin presentación alguna empiezan a conversar, antes de que se inicie la proyección de la cinta animada. A la sala ingresan, a las 20:45, cerca de 50 personas. Las funciones anteriores agotaron sus entradas.
Las luces se apagan. “¡Ya va a empezar!” Sobre la pantalla aparece el castillo de Cenicienta, que junto a Mickey Mouse, es ícono de Disney. ‘La princesa y el sapo’ retoma la animación en dos dimensiones y el estilo característico de esta firma. El cuento de hadas se inicia y Natalie, absorta, no deja de mirar la pantalla, mientras se lleva el canguil a la boca.
Un relato de sueños, de amor, de fantasía, también de trabajo y esfuerzo se desarrolla al ritmo de jazz. Las imágenes se suceden y los personajes aparecen, valientes y tiernos. Tiana, una camarera, es la heroína y primera princesa negra de Disney (una decisión, parte de una historia donde los sentimientos se imponen ante la apariencia física).
Momentos musicales y otros de humor ingenuo arman esta adaptación. Natalie sonríe y, a ratos, susurra algún comentario imperceptible a su tía. Sobre la pantalla, las aventuras se viven en el delta del Misisipi, con caimanes trompetistas y luciérnagas enamoradizas.
Está el príncipe Naveen, con quien, convertido en sapo, nacerán el romance y los “¡Ohhhhhh!”, en la sala. También están los villanos: el Hombre Sombra, un mago vudú, y sus secuaces del más allá. Cada vez que aparecen estos espectros, la alegría de los niños adquiere rasgos de tensión.
“¿Tienes miedo?”, le pregunta la niña de adelante a Natalie, y ella asiente, aferrada a la butaca. “Yo también…” y la complicidad de ambas queda sellada. Con el tiempo, la esperanza y el bien retoman el relato, hasta el beso liberador y el final feliz.
“La princesa era más morena y bonita. Me gustó”, dice Natalie. La niña de adelante se llama Mía Florencia; ambas se despiden con un gesto, de lejos.