La presidenta Rousseff, una exguerrillera que puede caer con las botas puestas

Manifestantes celebran hoy, domingo 17 de abril de 2016, la decisión de la Cámara de Diputados de que el proceso que puede llevar a la destitución de Rousseff llegue al Senado, en la playa de Copa Cabana, en Río de Janeiro (Brasil). Foto: EFE

Manifestantes celebran hoy, domingo 17 de abril de 2016, la decisión de la Cámara de Diputados de que el proceso que puede llevar a la destitución de Rousseff llegue al Senado, en la playa de Copa Cabana, en Río de Janeiro (Brasil). Foto: EFE

Manifestantes celebran hoy, domingo 17 de abril de 2016, la decisión de la Cámara de Diputados de que el proceso que puede llevar a la destitución de Rousseff llegue al Senado, en la playa de Copa Cabana, en Río de Janeiro (Brasil). Foto: EFE

Dilma Rousseff sabe dar batallas y la del impeachment ha dicho que la peleará hasta el “último minuto”. Después del revés de este domingo en la Cámara de Diputados, queda por ver si se pone las botas para pelear ahora en el Senado.

En todo caso, la mirada desafiante con que se la ve en una foto ante un tribunal militar durante la dictadura (1964-85) se mantiene intacta 45 años después, cuando los tentáculos de la crisis parecen asfixiarla.

Sus simpatizantes afirman que esa actitud es de determinación, sus críticos, de arrogancia. La “dama de hierro” brasileña, de 68 años, se convirtió en la primera mujer presidenta de Brasil en 2011, cuatro décadas después de aquellos días oscuros de 1970 en los que fue apresada y torturada.

Cinco años, incluida una reñida reelección, han pasado desde aquel día en que recibió la banda presidencial de su mentor Luiz Inacio Lula da Silva. Pero ahora corre el riesgo de salir de la presidencia por la puerta de atrás, si el Senado le abre un juicio de impeachement y la destituyen por acusaciones de haber manipulado las cuentas públicas.

Con la cabeza erguida, aseguró en varias ocasiones que “jamás” renunciará y que luchará para derrotar lo que considera un golpe de Estado, orquestado por su “traidor” y “conspirador” de vicepresidente, Michel Temer, y el presidente de la cámara de Diputados, Eduardo Cunha.

Pero también dijo que si sale derrotada se convertirá en “una carta fuera del mazo”, dando a entender que será el fin de su carrera política.

Poco flexible 

Rousseff fue electa en 2010, catapultada por el Partido de los Trabajadores (PT) y escogida por Lula, de quien heredó una abrumadora popularidad, hoy en mínimos históricos.

Un año después de asumir la jefatura de Estado de la mayor economía de América latina, era la tercera mujer más poderosa del mundo según la revista Forbes, detrás de la canciller alemana, Angela Merkel, y de la entonces secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton.

En 2015 cayó a la séptima posición, con una aprobación sumergida en 10%, arrastrada por la recesión económica y el megaescándalo de corrupción en la estatal Petrobras, por el que fueron arrestados varios políticos de su partido, y por el que el propio Lula está siendo investigado.

Los críticos la consideran un clásico “accidente presidencial” , ya que nunca antes había sido electa para ningún cargo. Rousseff manda, no negocia. Una falta de flexibilidad que trató de suplir llamando de urgencia a Lula en su auxilio, en momentos en que sólo una hábil mano izquierda parlamentaria puede salvarle de la destitución.

Pero con toda su astucia política, Lula no ha podido reconstruir los puentes que en estos cinco años quemó Rousseff, una mujer que desde sus tiempos de ministra se ganó una reputación de tecnócrata sin carisma, firme y severa al reconvenir a sus ministros en público.

'Papisa de la subversión'

Simpatizantes de la presidenta brasileña Dilma Rousseff siguieron este domingo 17 de abril de 2016 la votación de la Cámara de Diputados de Brasil que decidió que el proceso con miras a la destitución de la mandataria brasileña Dilma Rousseff, llegue a la instancia definitiva del Senado. Foto: EFE

Nació el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte (sureste) , en una familia de clase media formada por un inmigrante búlgaro y una maestra de escuela.

Marxista, entró en la resistencia contra la dictadura militar (1964-85) y en 1970, con 22 años, fue condenada a prisión por pertenecer a un grupo armado clandestino, responsable de asesinatos en robos bancarios.

Su participación en la lucha armada está envuelta en una nebulosa, pero la mayoría de los informes coinciden en que tuvo una labor de apoyo y no estuvo involucrada directamente en operaciones comando.

Con todo, el juez que la condenó la llamó “papisa de la subversión” y en esos casi tres años que pasó en prisión fue torturada, según reveló el periodista Ricardo Amaral en una biografía de la mandataria, donde apareció la fotografía inédita de Dilma ante los jueces militares.

Dos veces separada, la mandataria tiene una hija, Paula, de su matrimonio de 30 años con su segundo esposo, el también exguerrillero de izquierda Carlos de Araujo, y dos nietos con los que exhibe su lado más tierno.

“Dilma es una persona con un gran sentido del humor, divertida, extremadamente solidaria y generosa”, dijo el año pasado a la AFP su excompañera de cárcel Ieda Akselrud de Seixas.

La mandataria tampoco escapó a la obsesión nacional por las cirugías plásticas: se blanqueó los dientes, se trató las arrugas, y más recientemente hizo una dieta con la que perdió más de 15 kilos. Todos los días pedalea 50 minutos, aunque este domingo salió en la bicicleta por sólo 15.

Esta imagen dista de la de 2009, cuando un tratamiento contra el cáncer la obligó incluso a llevar una peluca.

La pesadilla de su segundo mandato, sin embargo, se transparenta ahora en un rostro ojeroso y una delgadez cansada.

“Duermo bien, no tomo somníferos”, dijo por estos días la mandataria, que este lunes retoma una crucial batalla por su supervivencia.

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