Estamos dando ya por terminada la campaña de Navidad de Cáritas de Ecuador. Gracias a la generosidad de mucha gente hemos podido llegar a personas e instituciones, allí donde la solidaridad se cuece en el día a día, allí donde aflora el dolor humano y, al mismo tiempo, la pasión por compartir.
Con la ingenuidad de un adolescente, un jovencísimo parroquiano me preguntaba: “Monse, ¿cómo es posible que habiendo tanta necesidad y gente tan buena, haya todavía tanta hambre y sufrimiento?”. Y recordé los interrogantes que Juan Pablo II nos planteaba a las puertas del nuevo milenio: “¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía gente que se muere de hambre?”. Son las preguntas de un adolescente y de un Papa, capaces de mirar la realidad humana con ojos compasivos… Se me hicieron presentes las palabras de Jesús, cuando urgía a sus discípulos para que diesen de comer al hambriento…
Las palabras de Jesús son como la brisa suave, pero llenas de fuerza: “Denles ustedes de comer”. Que a estas alturas de la historia haya gente que muere de hambre es un escándalo y un dolor, una inmensa injusticia. Pero, al mismo tiempo, al amparo de la campaña de Navidad, he pensado en tantos curas y monjas, en tantos seglares comprometidos, en los voluntarios de las Cáritas parroquiales, hombres y mujeres de buena voluntad, que no sólo en Navidad, sino todos los días buscan cómo llegar al estómago y al corazón hambriento de los hermanos.
Las campañas de Navidad están bien, pero no deberían de ser más que el signo de una solidaridad mayor, constante, participativa, responsable… La solidaridad no es flor de un día, una especie de tranquilizante de nuestra conciencia, inquieta por la carencia del hermano y por la propia abundancia, quizá por el propio derroche… La solidaridad tiene que ser una clave de nuestra vida social y política, de nuestra fe cristiana, algo sobre lo que hay que armar la vida entera.
No sé si la pregunta de mi joven parroquiano fue realmente ingenua… pero la respuesta no tiene porque serlo. Todavía hay hambre porque aún no nos hemos planteado seriamente que no podemos ser personas mientras consintamos que alguien pase hambre a nuestro lado. Lo cual no es sólo un tema de moral personal, sino también de ética política, de prioridades, de distribución de la riqueza y de inclusión de todos en los parámetros de la dignidad humana.
Lo demás, villancico va y viene, no es más que música celestial. Una música que no creo que agrade al Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que multiplicó el pan para que todos fuéramos saciados y dio su vida para que todos tuviéramos vida.Ojalá que la Navidad nos lo haya recordado y el deseo del nuevo año nos aclare las ideas.