Columnista invitado
A pesar de las proyecciones gubernamentales optimistas sobre el crecimiento de la economía en 2010 (cercana al 5%), no está claro si el país ha encontrado un rumbo que le permita enfrentar la crisis global con un modelo de crecimiento sostenible.
Cuando el mundo parecía proyectarse hacia nuevas construcciones institucionales de carácter supranacional, la crisis global condujo a un retorno hacia el Estado interventor y a la lógica de las economías nacionales. En este contexto, se vieron favorecidas las llamadas economías emergentes reconocidas bajo el acrónimo BRIC (Brasil, Rusia, India y China), cuyas características radican en no ser asimilables a los tradicionales bloques económicos (EE.UU.-UE).
Son economías poseedoras de una capacidad endógena de crecimiento, el cual se sustenta en la dinamia de sus mercados internos, en la capacidad para incluir o añadir nuevos consumidores que a su vez demandan nuevos emprendimientos; lógica que, al menos en teoría, instaura un circuito virtuoso de inclusión y crecimiento.
El panorama no está suficientemente claro ni a nivel de la economía global, peor a nivel de la economía doméstica.
En el primer caso, el fracaso de Copenhague revela la dificultad por reducir o cambiar de ruta el tipo de desarrollo económico centrado sobre ingentes gastos para sostener economías que sobreviven sobre estructuras tecnológicas depredadoras de los recursos naturales.
Las economías emergentes justamente basan su dinamismo en la explotación de materias primas que soportan y promueven ese desarrollo. El interrogante es si el espectacular crecimiento de esas economías revela una situación coyuntural en una fase de cambio tecnológico de más grande escala, en el cual estas perderían dinamismo si no logran reconvertirse hacia la nueva lógica tecnológica del desarrollo económico.
La política del Régimen sintonizó con la tendencia general de medidas contracíclicas centradas sobre la expansión del gasto, que sin embargo no lograron detener el deterioro del mercado laboral.
Una posible respuesta podría estar en la vocación antimercado del Régimen: todo el esfuerzo del gasto se ahoga en una lógica rentista de transferencia de recursos mediante políticas públicas de gasto y no con la dinamización del sector privado; condición que amenaza con conducir el crecimiento económico a una situación de asfixia y colapso, recesión e inflación con serias repercusiones en la estabilidad institucional y política.
Queda el interrogante de fondo: ¿qué está haciendo la economía ecuatoriana para proyectarse estratégicamente en la transformación tecnológica que ya está en marcha y que caracterizará el desarrollo económico en el mediano y largo plazos?