Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
La pollera es la principal prenda de la chola cuencana, pero su uso tiende a desaparecer por su costo: sobre los USD 400. Por ello, las costureras hicieron ajustes en bordados y telas para no perder clientela y que perdure la tradición.
La pollera se remonta a la Colonia, de acuerdo con datos recabados por el historiador Claudio Malo. Las mujeres dejaron sus túnicas por las faldas que les permitían realizar sus actividades cotidianas con más comodidad. Los bordados los acoplaron a las técnicas artesanales de los españoles.
Rosa Elvira Orellana, de 70 años, se formó desde los 12 años en los talleres de polleras ubicados en las calles Tarqui y Larga, en el Centro Histórico de la capital azuaya. Recuerda que en ese tiempo, esta zona era un emporio de talleres dedicados a elaborar esta prensa y todos tenían demanda.
Ahora es diferente. En esa zona quedan menos de 10 talleres-almacenes dedicados a la elaboración y venta de las coloridas prendas. La razón principal es que la más ancha y mejor elaborada con tejidos de pedrerías, hilos y lentejuelas cuesta más de USD 400.
Orellana y sus compañeras de oficio hicieron ajustes en las telas y en los bordados que adornan la parte baja de la falda. Así, la pollera más económica cuesta desde USD 35.
Inés Bojorque lo detalla con claridad. La pollera que usaba antiguamente era de terciopelo en colores vivos como fucsia, tomate, roja, amarilla, turquesa, verde… y hasta de cinco anchos (cada ancho tiene dos metros). Con esto conseguían más pliegues y una especie de bamboleo al caminar.
Los bordados a mano de la parte baja eran copiosos y de hasta 20 centímetros de ancho. En ese espacio se imponían figuras como escudos, aves, flores, hojas, pavorreales… y sobre esto gran cantidad de lentejuelas, mullos y canutillos que daban brillo, elegancia y distinción.
En el taller de Orellana aún conserva más de 300 polleras de ese tipo y en el de su vecina Oliva Cabrera, un poco más. Ambas elaboran estas prendas con telas más económicas como el texlan y gamuza. Además, tienen pliegues delgados cocidos en forma horizontal en la parte baja. Esta prenda cuesta desde los USD 35.
La prenda de esta calidad y forma es utilizada por la campesina para sus actividades diarias en la agricultura. La azuaya María Landy, 40 años, usa esta prenda desde su niñez.
Ahora para abaratar costos y no perder la identidad de la indumentaria utiliza el modelo económico. El precio sube de acuerdo con los tamaños del ancho (metros) y de los bordados y puede costar hasta USD 250. Es el caso de la más tupida, con bordados y de cuatro anchos, pero con tela económica.
Pero a Inés Zhigui, de 38 años, no le gustan las polleras sencillas y por eso siempre utiliza las de costo intermedio que tengan bordados. “Eso impone la elegancia y durabilidad”.
Por ejemplo, ella sabe que una pollera en terciopelo y con mayor cantidad de bordados dura 10 años y un bolsicón (económica) de texlan unos cinco años. La primera la usa para reuniones familiares y celebraciones importantes en su comunidad de Tarqui.
A lo largo de su trayectoria como artesana, Orellana ha fortalecido su carrera con la dinámica de aprender y enseñar para que no se pierda este arte. Por su taller han pasado decenas de jóvenes a quienes les enseñó a elaborar las polleras y el arte del tejido. Ella recuerda que llegó a tener hasta 20 ayudantes hace tres décadas. En la actualidad, labora sola.
Orellana ya no borda porque con el paso del tiempo perdió su vista y delega esa tarea a algunas personas que un día trabajaron con ella y ahora trabajan en sus casas.
Ella dibuja los diseños, de acuerdo con los pedidos que tiene en su almacén y sus nuevas creaciones y las tejedoras lo plasman en las polleras.
En este mes, Orellana y cabrera incrementaron su trabajo porque se preparan para atender la demanda que aumenta en diciembre por las fiestas.
En contexto
Una de las causas para que esta tradición se pierda es la migración. Este fenómeno empezó hace tres décadas en Azuay. Las campesinas cuando van al extranjero o se emplean en la ciudad dejan este atuendo por los pantalones o las faldas.