El informe presidencial de ayer seguramente pasará a la historia por su estilo de enlace sabatino, pero sobre todo por sus signos políticos contradictorios. El más estridente fue el pedido de amnistía para el ex vicepresidente Alberto Dahik. Si bien fue presentado como un gesto de reconciliación, no cabe duda de que si Rafael Correa estuviese interesado en caminar en esa línea debía haber pensado en el presente y no en un pasado de signo aparentemente contradictorio con su discurso y su tendencia.
Más saludable habría sido aliviar la polarización creada frente a quienes no piensan como él, si se trata de ser coherente con el discurso de sociedad inclusiva. Y si se habla de regenerar el sistema político, es contraproducente pasar por alto las instancias para juzgar posibles delitos, para no mencionar los últimos casos en los cuales se ha hecho caso omiso de la Legislatura.
En nombre de la responsabilidad histórica y de la visión de país, Correa se afianza por encima de las ideologías. Puede prescindir de la Asamblea como mediadora político-social, se favorece del vacío de la oposición y aparece como quien sabe lo que debe hacer para poner la casa en orden.
Habrá que esperar para ver cómo cuadra la amnistía en su rompecabezas, pero queda claro que dentro del voluntarismo desembozado caben todas las contradicciones.