Es muy difícil advertirlo en medio del tráfago diario, pero, al mirar retrospectivamente, los espacios de debate y opinión se han reducido notablemente, en especial en un medio masivo como la televisión, que en años pasados tenía una oferta amplia. Ese déficit se nota incluso en época electoral, aunque la sequía viene de mucho antes.
En algunos momentos se ha llegado al extremo de que, para escuchar los argumentos de personajes relacionados con los casos internos más polémicos como los juicios contra medios y periodistas privados, el uso de la valija diplomática para traficar cocaína, el ‘affaire’ Assange o el caso Delgado, ha sido necesario seguir a canales internacionales como NTN24, CNN o Univisa.
Más allá de que en esos medios no rige la veda presidencial a los funcionarios gubernamentales para que no “ayuden a los medios mercantilistas a hacer negocio”, ello se debe a que, de modo casi insensible pero constante, periodistas y programas nacionales han ido saliendo del aire, mientras que otros no han querido complicarse la vida con una agenda periodística que pudiera resultar molesta para el poder. El caso de los medios que obedecen a la lógica gubernamental es un capítulo aparte.
El balance es, hoy por hoy, sobrecogedor. La oferta de fin de semana se circunscribe a los canales que maneja el Estado, a los de señal cerrada o a los de impacto regional. Mientras que en el día a día, las propuestas de los canales privados se limitan a lo que opinan los presentadores o a los debates que se generan alrededor de las entrevistas dentro de los informativos. La misma práctica se sigue en los canales que están bajo el control gubernamental.
Si se mantiene esa lógica, se puede especular que en el futuro cercano, sobre todo después de un eventual nuevo triunfo electoral del candidato-presidente Rafael Correa, que no habrá espacio ni para recuperar el terreno perdido ni, peor todavía, para nuevas propuestas. Se escucha que incluso un canal privado piensa reducir su oferta informativa dentro de poco.
Esta ausencia de debate político público, que es el mejor de los mundos para el poder, es sin embargo una muy mala noticia para la salud democrática colectiva. ¿Otra batalla ganada?