El Gobierno proyecta la imagen de quien tiene varios motivos para celebrar. Uno de ellos es sentirse -y en buena parte ser- el dueño de las movilizaciones en el país. Con suficiente financiamiento y logística para movilizar a simpatizantes y empleados públicos, y con suficiente poder para frenar las protestas en contra, a los estrategas de comunicación les resultó fácil apropiarse de la jornada y declararse triunfadores, eso sin contar con el discurso en favor de la mujer proyectado desde el Gabinete.
El discurso presidencial debía abonar en esa línea. De hecho, no faltaron los temas sobre la mujer, la libertad de expresión y las críticas internacionales. Claro que éstas se diluyeron en el ánimo festivo de la jornada y fueron presentadas como el producto de cuán importantes somos en el concierto mundial.
La realidad es algo distinta. El Gobierno se ha labrado poco a poco una reputación difícil en cuanto a libertad de expresión y a sus relaciones internacionales. Si bien hoy despliega acciones para atenuar en Europa y buena parte de América la percepción -por ejemplo el cambio en la votación sobre Siria en la ONU y las diligencias de la semana pasada en Washington-, quienes manejan la imagen gubernamental saben que tienen por delante una tarea muy difícil.
Por ahora, y ante los resultados magros de los primeros lances, puede resultar gratificante deleitarse en la celebración local. Aunque quizás sería mejor empezar a modificar la visión interna del poder para que, allí sí, la percepción desde afuera empiece a cambiar.