Y tampoco lo entendemos nosotros. Pero en una sociedad que vive en democracia los conflictos son tan necesarios como ineludibles.
Estos miden nuestra inconformidad; son fuente fecunda de propuestas y también marcan rupturas, en el mejor sentido de la dialéctica.
Desconocer su existencia o reducirla al concepto primario de una pelea entre buenos y malos, significa que en 7 años hemos madurado poco.
Es posible que los argumentos del presidente Correa y de sus asambleístas, a la hora de defender el artículo sobre la mala práctica profesional, en el Código Penal, sean solventes y quizás los adecuados.
Pero estas explicaciones pierden valor y legitimidad social el momento en que para imponerlas se amenaza con importar 750 profesionales o cuando se acusa a los gremios de simple politiquería.
Gobernar desde el capricho no es una buena estrategia, más aun cuando las amenazas de renunciar han pasado ya de la docena. Las visiones de una sociedad son diversas y no siempre están atravesadas por las lógicas jurídicas y tecnocráticas del poder.
Y reconocer esos ‘otros’ argumentos con tolerancia y la apertura no es sinónimo de debilidad sino de madurez.