Puñetazos como el que le propinó uno de los “simpatizantes” del Gobierno al asambleísta César Montúfar en Chambo se han visto en todo tiempo.
Si se hace una lista de los mandatarios, la mayoría se cuenta entre quienes han reclamado la majestad del poder y han sido poco tolerantes o decididamente intolerantes con las críticas, incluso recientemente. Y también se ha visto cómo la prepotencia permea hacia quienes quieren hacer méritos con el poder. Lo que no se había visto es que ciudadanos que se pretenden demócratas justifiquen estos hechos.
Quienes no han entendido que la esencia de la convivencia es la discrepancia sin acudir a la violencia esgrimen argumentos tan poco democráticos. De seguir imperando esa lógica, dentro de poco los “espacios” serán cada día menos.
El Presidente dijo el fin de semana que él no es prepotente pero que no tolera la mentira y la mediocridad, y justificó la consulta en su angustia porque la justicia no funciona; angustia que, por lo demás, compartimos todos. Habría que ver si esa angustia alcanza para justificar el uso intensivo y abusivo de los mal llamados medios públicos, una campaña desmedida ante un Consejo Electoral que hace la vista gorda, y la consumación de actos prepotentes.
El Ecuador ha vivido gobiernos de todas las tendencias que han justificado sus acciones para conseguir propósitos en apariencia loables; la sociedad, sin embargo, ha sabido frenarlos. El sábado se sabrá hasta dónde se equivocaron quienes pensaban que el país esta vez sí se convenció de que los fines justifican los medios.