El avance de la Marcha por la Vida, que salió el 8 de marzo desde Zamora Chinchipe, no depende únicamente del discurso radical de los dirigentes indígenas que la encabezan. Detrás de la larga caminata está el trabajo político y logístico de un grupo de mujeres indígenas. Este se encarga de la preparación de los alimentos, los pormenores de los rituales, el alojamiento y la administración de las colectas y donaciones
Son lideresas en organizaciones de segundo grado como el Movimiento Indígena de Tungurahua, la Asociación de Indígenas Evangélicos de Tungurahua o el Movimiento Indígena con sede en Atocha.
Magdalena Aizabucha es la dirigente de mujeres de la Conaie. Ella y media docena de ‘huarmis’ (mujer en quichua) se encargan de los asuntos logísticos de la movilización.
Aizabucha siempre está agitada y con algo entre manos. Antes de que los marchantes arribaran el sábado a Ambato, desde Riobamba, se comunicó con varios dirigentes para procurarles alojamiento y comida. “Tuvimos dificultades porque nadie quería acogernos. Tenían miedo de la represalias del Gobierno, pero conseguimos un espacio en la parroquia Quisapincha”.
Tiene 40 años y ha participado en diversos talleres de fortalecimiento político. El 10 y 11 de junio pasados estuvo presente en la Asamblea Nacional de Mujeres que se realizó en Baños (Tungurahua). Allí se acordó la necesidad de articular una escuela nacional de formación que no distinga género ni edad.
“Hace una década se creía que las mujeres solo servíamos para criar hijos, la casa y la chacra. Ahora entramos en un proceso de capacitación y de formación social, política, económica. Esto nos ha permitido comprender la realidad y entender que la crisis actual por el exceso de impuestos no solo afecta a los indígenas sino a todos. Es necesario visibilizar nuestro desacuerdo”, explica Aizabucha.
Para Humberto Cholango, presidente de la Conaie, el apoyo de las mujeres es vital. “Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña empezaron a construir el movimiento indígena en el país. Por eso es importante seguir con el proceso de formación”.
Aizabucha y cuatro mujeres más se encargaron de organizar los rituales ancestrales que se realizaron antes de que los cabecillas de la marcha entraran a Ambato. “Estos rituales, que muchos no entienden, están cargados de simbolismos importantes en nuestra cosmovisión. Los pétalos rojos y blancos representan la interculturalidad, la paz y el derecho a la resistencia”, explica.
En la parroquia Quisapincha, Juana Tisiana también participa de los preparativos para acoger a los marchantes. “Somos un grupo de mujeres que pertenecemos a la Organización de Pueblos de Quisapincha. Tenemos socias de las 18 comunidades y nos encargamos de recibir las donaciones de los productos que se siembran en el campo”.
Tisiana se esfuerza por mantener la mirada fija en sus interlocutores y por vencer el miedo a hablar. “No queremos que los hombres nos den diciendo lo que sentimos y pensamos. Queremos aportar en los cambios”.
Al llegar la noche, Tisiana y sus compañeras tienen lista la comida. Son ollas enormes sobre un fogón de leña para alimentar a unos 300 participantes en la Marcha por la Vida.