América afronta una hora crítica. Corren vientos retardatarios en materia de la libertad de expresión en varios países del continente. Ese derecho fundamental consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos no corresponde a los medios de comunicación y a los periodistas solamente. Tiene que ver con el derecho de la gente a recibir y emitir información de manera abierta y con el flujo libre de las ideas.
El crimen organizado y las mafias siembran muerte en México.
Los regímenes autoritarios intentan de distintas formas controlar contenidos. Chávez en Venezuela impuso sus cadenas, con cantos y discursos grandilocuentes. Tomó canales de TV para el Estado, cerró al influyente Radio Caracas Televisión y penetró en el accionariado de Globovisión. Acosa a la prensa y ahora va por los contenidos de Internet. No quiere dejar fisura para que la crítica y la disidencia respiren.
En el sur, el peronismo argentino fue contra la gran prensa. Clarín y La Nación, los diarios de más circulación, sufren el acoso oficial. Intentan una ley controladora y un antiguo y modesto colaborador en la provincia que fue bastión político de los Kirchner ahora es empresario de medios importantes.
En Bolivia fueron por la vía de la discriminación y el racismo que debió existir en ciertos medios, pero se buscan ahora controles fuertes.
La palabra de la presidenta de Brasil Dilma Rouseff es aire fresco: “Prefiero el ruido de los periódicos al silencio de las dictaduras”. Para pensar.