Quienes abusan del poder necesitan de vez en cuando ser magnánimos. Es una forma de hacer saber al resto que el poder está en sus manos y que su voluntad está por encima de todo orden terrenal. Y no hay mejor forma de demostrar magnanimidad que otorgando indulgencias.
Por eso, el Presidente ha dicho que si los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores de El Gran Hermano, le piden disculpas por lo que dicen en el libro él les perdonaría y dejaría así sin efecto la demanda que les puso por USD 10 millones.
Perdonar a Calderón y Zurita sería la liturgia perfecta a través de la cual, el Presidente haría saber que es en efecto el pastor que necesita su rebaño: bueno y sabio a la vez pero lo suficientemente severo para enderezar a las ovejas que quieran extraviar su camino. Pero lo que más vulnera al proveedor de indulgencias es que se las niegue. Y eso es lo que han hecho Calderón y Zurita cuando han dicho que no le pedirán disculpas porque las disculpas las tiene que dar él a quienes se las merecen: los millones de contribuyentes ecuatorianos que hasta ahora no han recibido una explicación sobre cómo el Estado que él maneja firmó contratos con su gran hermano por cientos de millones.
Haber aceptado el trato-trampa y pedir disculpas hubiera sido admitir una ofensa que no existe sino en las diez y pico páginas de la barroca demanda.
Haber pedido disculpas hubiera sido condenar al periodismo serio a la agonía y, lo peor de todo, por apenas 10 millones de dólares.