En ningún país que se precie de contar con poderes independientes se vería bien que el Ejecutivo opinara sobre los candidatos y los procesos de selección para una función tan importante como la de Fiscal. Pero si ya antes el Ministro del Interior no ocultó su apoyo al Embajador de Ecuador en España, al afirmar que “si hay justicia en nuestra sociedad lo correcto sería que (Galo Chiriboga) nos acompañe como Fiscal”, el sábado último el presidente Rafael Correa fue más allá.
Al hacerlo, redujo las objeciones sobre la probidad del candidato de su preferencia a una actitud del mal perdedor que se inculca a los ecuatorianos en el colegio y la universidad. Si la institucionalidad y la independencia de poderes resistieran un análisis tan superficial, habría que replicar que, al contrario, la actitud del poder es la del ganador a ultranza, pues antepone su interés incluso al debido proceso.
Si al Gobierno le fuese dado ignorar que el candidato es hoy su funcionario, que antes fue su ministro y también actuó como abogado del Presidente, al menos debiera poner distancia con el proceso que sigue el Consejo de Participación Ciudadana, so pena de contribuir a agrandar su imagen de dependencia.
A las objeciones a Chiriboga se suma el supuesto incumplimiento de acreditar la docencia universitaria por al menos seis meses. Si se quiere respetar el proceso, es innecesario proclamar que “ganó por los ocho costados”. Es también importante que gane por el costado de la independencia que requiere un Fiscal para ser creíble, no ante el Gobierno sino ante la sociedad.