Quién sabe si en los currículos de tanto ministro y funcionario se incluyan que sus nombres y fotografías precedían a los de tantísimos escritores ecuatorianos y extranjeros en el catálogo de la Feria Internacional del Libro de Quito.
El coqueto y cuasi acrónimo FIL Quito 2012 -esa tendencia que da en nombrar a las cosas como el Filsa, FITE-Q o los celebrados 11-M, 30-S, etc.- deja en claro que algo de prestigio da el figurar allí, más todavía cuando sus breves biografías publicadas nada dicen que el escribir, actividad primaria de todo libro, forme parte consustancial de sus vidas.
Ni siquiera es el caso de María Fernanda Espinosa, la ministra de Patrimonio Cultural y poeta. Seguramente a ella misma le moleste, en este tiempo de “los y las”, “bienvenidos y bienvenidas” repetido en los discursos oficiales, que en el catálogo hayan publicado que es “poetisa” y no “poeta”, como prefieren las mujeres que escriben poesía.
De ella se dice que es PhD, que tiene posgrados, que fue canciller, embajadora, etc. Casi como un consuelo, apenas una línea y media de las ocho que compendian su biografía se dedica a su tarea como escritora: “además es poetisa, con varios libros publicados. Ganó el Premio Nacional de Poesía de 1990. Escritora de novelas eróticas”.
¿Algún título de su poesía o de sus novelas eróticas? Ninguno. Ocurría, precisamente, lo que ella tanto lamentó en su discurso de la inauguración de la Feria, el 9 de noviembre: “cuando en el 2007, (Rafael Correa) me nombró canciller, en los medios de comunicación salía como una suerte de defecto , como un problema grave, pero cómo le van a nombrar canciller a esta señora que es poeta, como si eso fuera una cosa tremenda y grave, una especie de enfermedad contagiosa”.
Mejor le fue, sin duda a la ministra de Cultura, Érika Sylva Charvet, de quien por lo menos incluyeron los títulos de sus obras (‘Feminidad y masculinidad en la cultura afroamericana’ o ‘Ecuador: una nación en ciernes’, etc.).
Basta abrir el folleto impreso en alta calidad, papel cuché y luego de tres páginas de políticas y estrategias del Ministerio de Cultura y los cinco párrafos de saludo de Sylva, para ver lo que realmente importaba: cuatro ministros, dos viceministros, un secretario nacional, una asambleísta, una coordinadora nacional, un asesor y un experto financiero que trabajó en instituciones financieras públicas y privadas tanto en América Latina, China y el Caribe (no se dice cuál es su función actualmente tan polémica) participan en esta quinta edición organizada por el Ministerio de Cultura.
Luego vendrán las figuras que han hecho de su vida una entrega a la palabra escrita. Primeros los extranjeros y luego los ecuatorianos. De eso nadie en la feria se queja. Pero no son pocos los que miran absortos que las primeras páginas se dediquen a los funcionarios del Gobierno.
Aunque serán también pocos los que digan que Ricardo Patiño se excusó y envió un representante; que Rosana Alvarado Cuenca, coordinadora del Programa Escuela de Gobierno y Liderazgo no llegó al conversatorio sobre Nela Martínez; que no hubo explicación de la ausencia de Fander Falconí; que el recital de poesía en el que debía intervenir Espinosa tuvo que posponerse 90 minutos. Pero la “poetisa” nunca llegó.
¿Cuáles fueron las razones de tanto faltazo oficial en la Feria? Eran varias, pero una mujer que coordinaba los programas dijo que se encontraban en el Consejo Nacional Electoral.
“Pero les mandan cariñosos abrazos”, dijo la moderadora. Aunque vale la aclaración: sí estuvieron Pedro Delgado, presidente del Directorio del Banco Central y Mónica Franco, viceministra de Gestión Educativa.
“Lo del catálogo sí creo que se debería revisar, pues al tener invitados nacionales e internacionales, se crea otra categoría: la de funcionarios. No creo que permita un diálogo de igualdad frente a todos los invitados”, dijo Víctor Vimos, del equipo de “conceptualización” de la Feria.
Lo que no hubo es, precisamente, igualdad entre los participantes. Lo supo bien la poeta Jenny Londoño, mujer encargada del discurso oficial de la Feria del Libro. Dos veces la maestra de ceremonia se le acercó por la espalda para decirle que termine ya para que pudieran hablar Sylva y Espinosa. Y lo mismo le ocurrió al crítico peruano-estadounidense, Luis Ramos García.
Seguramente no conocían que este hombre es uno de los que construyen el canon teatral latinoamericano. Forma parte de un equipo de nueve investigadores hispanoamericanos que viajan por el continente analizando las producciones dramatúrgicas.
Pero eso no importaba. Era preferible solo darle 30 minutos para un conversatorio con Patricio Vallejo, director del grupo quiteño Contraelviento.
Había una razón poderosa. Fiel al lema de la Feria “somos nuestra memoria”, era preferible dar lugar al foro ‘¡Nunca Más!: memoria del feriado bancario. Del sucre al dólar. ¿A quién benefició el feriado bancario?’, en el que debía participar el ‘inasomado’ Falconí.
Basta con cruzar la puerta principal del Centro de Exposiciones Quito para darse cuenta de lo que se trataba esta Feria. El museo rodante e n honor a Eloy Alfaro pega de lleno a la vista. Guitarra en mano, un cantante dice la verdad gubernamental: “Alfaro, mi general, que puso el pecho a la vida; Alfaro, mi general, que puso el pecho a la muerte”, para dar lugar a un “carajo” bien pronunciado.
“Es una Feria eminentemente política” -dice un representante de una editorial que prefiere el anonimato-. “Te dan fundas del Gobierno, separadores de libros, afiches, trípticos de Eloy Alfaro. El Gobierno ha entrado de esta forma y promociona su imagen”.
“Eso es hilar muy fino. Si la gente no viene porque no está con el Gobierno quiere decir que la gente que viene sí está con el Gobierno y no creo que esto ocurra”, dice por su parte el director de teatro Santiago Ribadeneira.
Para Ramiro Arias, director de la Editorial Eskeletra “por deducción lógica si el Ministerio pone la plata, va a imponer la programación y va a imponer incluso qué escritor va y quién no va”.
Para los editores y distriduidores, ha sido una ventaja que el Gobierno organice la Feria. “Los stands son más baratos que cuando organizaba la Cámara del Libro. Y como ha exigido que las Universidades incrementen sus bilbiotecas, ha servido de mucho al sector”, finaliza Jorge Ordóñez, de la distribuidora EL Libro.