La concentración de poderes, entre ellos el judicial, es una de las características de los entornos políticos que condenan a los países al fracaso y al subdesarrollo.
Esa es una de las premisas que manejan Daron Acemoglu y Jim Robinson en su poderoso ensayo para explicar las razones por las cuales unos países tienen éxito y otros no y que lleva por título “Why Nations Fail”.
Para Acemoglu y Robinson es la política la que moldea la economía y no viceversa. Si las instituciones políticas, entre otras variantes, impiden que el poder se concentre en un sola mano, generarán más incentivos para el desarrollo la innovación y el progreso. Los países donde los poderes son limitados y están sujetos al control de la sociedad y de los otros poderes son los que logran desarrollarse de forma sustentable y a largo plazo. Los países que, por el contrario, tienen sistemas donde el poder lo concentra una sola persona, partido o institución, tarde o temprano terminarán sumiendo a sus sociedades en atraso y el fracaso.
El escándalo por el caso Glas Viejó es una buena ventana para ver cómo estas premisas operan en casos como el ecuatoriano. Mientras exista la sensación de que el supuesto violador de una niña de 14 años ha sido beneficiado por una administración de Justicia adscrita al poder político donde tiene relaciones familiares, la sociedad jamás se sentirá segura de la justicia que la ampara. Y sin seguridad no hay progreso.
El concentrador modelo político de Montecristi,y la reforma judicial de Correa son dos solemnes apuestas al atraso.