Unasur tenía dos opciones. Convertirse en un club de presidentes amigos que se hacen favores o en un organismo de coordinación política regional.
Escogió la primera opción el fin de semana pasado, en el momento en que aceptó ser utilizada por el Gobierno del Ecuador para ventilar sus fantasmas políticos domésticos.
La Unasur, al incluir un párrafo en su declaración de Asunción, en la que ratifica que el 30-S en el Ecuador hubo un intento de golpe de Golpe de Estado y un secuestro al presidente Correa, optó por abrir las puertas para que en el futuro cualquier otro gobernante de la zona pueda utilizar esa instancia regional para masticar y digerir sus problemas políticos internos.
Con ese párrafo, además, confirmó que el Gobierno ecuatoriano ha decidido hacer del organismo un burro pie perfecto. Cuando el presidente Correa anunció que había enviado una carta a ese organismo pidiéndole que conformara una comisión para investigar si hubo intento de golpe el 30-S, sabía perfectamente que nunca lo haría porque los presidentes sudamericanos un día luego del 30 de septiembre del año pasado, ya habían declarado que acá hubo un intento de golpe de Estado, algo sobre lo cual no tenían ni la más mínima idea, aun cuando haya sido verdad.
La movida ecuatoriana fue perfecta. Consiguió una vez más la bendición regional a su tesis y se libró del estrés que le hubiera significado una comisión investigadora metiendo las narices y hurgando en un tema que Correa ya dijo que no permitiría que nadie se meta: el 30-S.