Entrevista a Carlos Tovar ‘Carlín’, caricaturista y escritor peruano
¿Hay que tomar en serio las imágenes que trazan los caricaturistas?
Mitad en serio y mitad en broma. Ese es el gran problema de la interpretación de la caricatura.
¿Por qué?
Es una ficción. Está basada en la realidad, pero no es su reproducción exacta. Además, se recurre a la exageración como un mecanismo del humor, como lo dice Henri Bergson en su tratado sobre la risa. Entonces, la caricatura exagera y usa la ficción a partir de la realidad para hacer reflexionar a la gente. En este escenario, los políticos cometen un error al tomar las caricaturas al pie de la letra.
¿A veces no se les pasa la mano a los caricaturistas?
En ocasiones se puede equivocar, pero el político no debe abusar de su poder para reprimir al caricaturista.
¿Cuáles son los efectos de esa represión?
En primer lugar por el bien de los propios políticos. Yo les sugiero que no se metan con el caricaturista porque ellos mismos se ponen en ridículo. Hay el ejemplo histórico de Luis Felipe, el ‘rey burgués’ de Francia, cuya monarquía se hundió en la lava del ridículo por pelearse con Honoré Daumier. Eso no quiere decir que el político no pueda replicar y criticar.
¿Qué corresponde cuando hay una equivocación?
En mi caso, cuando he visto que he dibujado con base en una información equivocada he hecho una segunda caricatura corrigiendo o cambiando mi opinión.
¿Tiene algún límite la parodia gráfica?
A diferencia del periodismo escrito, donde los puntos están más claros, en la caricatura es difícil de determinarlo. Por supuesto hay criterios como su buen uso. Sin embargo, es difícil medirlo porque la caricatura construye una ficción. Por eso, solo le compete al público juzgar si es o no acertada. Ahora es fácil que el humor se pueda convertir en un vehículo de prejuicio.
¿En qué forma?
Al canalizar prejuicios sexistas o racistas. Pero el humorismo cuando es de calidad sabe distinguir perfectamente estos límites y no cae en ese campo.
El que la caricatura sea una ficción, ¿exime de responsabilidad a su autor?
En principio cualquier trabajo está sujeto a una responsabilidad jurídica. Pero en la caricatura esa responsabilidad es difícil de cuantificar.
Protegido por el escudo del humor, ¿estos trabajos no pueden afectar el buen nombre de una persona o caer en una injuria?
Alguna vez hice una caricatura de un congresista, quien había cobrado una bonificación que no le correspondía. Entonces él envió una carta al diario demostrando que no había recibido ese dinero y yo saqué otro dibujo rectificando. Los caricaturistas nos basamos en información pública y cuando hay equivocaciones en ella, nos podemos equivocar. Pero es una amenaza contra la libertad de expresión cuando el político procede judicialmente. Eso es un exceso.
¿Se puede llegar a un estado de censura indirecta?
Si bien los tribunales pueden darle la razón al caricaturista, se atemoriza al resto. Hay un caso emblemático en España, cuando una revista publicó una caricatura del Rey cazando un oso. El dibujo señalaba que habían emborrachado al animal para que el monarca pudiese matarlo. La Monarquía enjuició a la revista, pero la Justicia le dio la razón a la publicación. Los jueces dijeron que en esa imagen primaba el animus iocandi (broma) sobre el animus injuriandi (ofensa). Ese es un precedente magnífico.
¿Cuál es el peor juicio para un caricaturista cuando se equivoca?
Debemos empezar por ahí: la audiencia es la que juzga. En segundo lugar la persona afectada tiene derecho a aclarar públicamente y a replicar, pero sin insultos. Y en tercer lugar el propio caricaturista puede rectificar. Solo en última instancia, si fuera estrictamente necesario, puede haber una demanda. Ahora una caricatura puede tener la simpatía del público y el político caer en el ridículo, pero es poco consuelo para su autor si va a ser condenado.
Para evitar ese escenario judicial, ¿el dibujante debe tener la apertura de aceptar cuando comete un exceso?
Sin duda debe tener un sentido de la realidad. Aquí cabe la reflexión sobre las famosas viñetas de Mahoma publicadas en un diario de Dinamarca. Especialmente aquella en que el profeta tenía una bomba en lugar de un turbante. En ese caso se canalizó el prejuicio de que el islamismo predica el terrorismo que, desde luego, es falso. Pero me pareció peor que se amenazara de muerte al autor.
¿A mayor apego a la realidad, mayor la molestia?
Puede ser. Pero el oficio de los políticos es saber soportar esa burla. Un personaje público está sujeto a la crítica, la ironía y al humor.
Arquitecto, diseñador, escritor y caricaturista del diario peruano La República. En 2009 recibió el Premio de Periodismo y DD.HH. En 2012 ganó el premio Guamán Poma, del Salón Internacional del Humor Gráfico.
Dice que los políticos no deben tomar al pie de la letra una caricatura que los ridiculiza. Pero, advierte que tienen el derecho de replicarla cuando no están de acuerdo.