La explicación más simplista de los resultados de la consulta convocada por el Gobierno la ha dado el Presidente de la Asamblea Nacional. Ayer dijo que el voto por el No “es el voto de los asustados de tanta mentira”. Se pudiera replicar que tiene razón, porque los votos negativos pudieron haberse producido como reacción ante una campaña desmedida y abusiva. Pero lo de fondo es que Fernando Cordero subvalora los votos de los ciudadanos que, en ejercicio de su derecho, disintieron con las preguntas.
Hasta hoy los dirigentes de Alianza País, con el presidente Rafael Correa a la cabeza, se han dedicado más a minimizar el resultado antes que a explicar cómo enfrentarán el, a todas luces, nuevo momento político que se vive en el país. Aun admitiendo que la respuesta a la consulta no necesariamente mide el apoyo al Gobierno, las cifras recogidas en el escrutinio traen varios mensajes. El estado de negación no sirve para procesarlo.
Es difícil creer que la consulta haya sido planificada para terminar peleando los votos por una reforma, más si se tiene en cuenta que la llamada democracia plebiscitaria confía en resultados abrumadores en las urnas. Si antes Correa no se conformaba con la fuerza que tiene en la Asamblea ni en el Quinto Poder, sería raro que se sienta a gusto con márgenes tan cortos. Y si bien no existe empate técnico, las preguntas que pudieran pasar por la Asamblea necesitarán márgenes amplios o acuerdos para volverse leyes.
Y ahí regresamos al tema de fondo: el Gobierno tiene poco espacio de maniobra para buscar alianzas, algo que no ha caracterizado la política de Alianza País, definida básicamente en torno a una figura. Por eso no encajan ideas como la del vicecanciller Kintto Lucas, de fortalecer una gran alianza de izquierda para radicalizar la revolución ciudadana. Tampoco cabe pensar en que el Gobierno siga pensando en un modelo concentrador al que una buena parte de la población ha dicho No. El Gobierno aún no está listo para asumir la realidad.