Una roquera argentina que no ha dejado de hacer música desde los años 70, decía que su mayor anhelo en la vida era no convertirse en aquello que siempre ha condenado. Ese compromiso con su vida personal bien pudiera aplicarse a la política, sobre todo en estos momentos en que los desafíos llegaron a puntos bochornosos que poco tuvieron de debate y mucho de insulto. Y en ese saco caen oficialistas y opositores, lo que da lugar al escepticismo a todo llamado al diálogo que se dice que habrá.
La izquierda -desde la marxista hasta la del siglo XXI- siempre tuvo sobre sus hombros la idea de ser superior moralmente. Sus discursos de justicia e igualdad les permiten pensar así. Son ideales nobles y hasta conmovedores. Y es que la izquierda siempre dijo tener de su lado el peso y la verdad de la historia. El ‘proceso histórico’ inevitablemente nos llevará al socialismo.
Ese sentimiento de superioridad moral, nació cuando no estaban en el poder. Ya instalada en él, resulta una apología a la arrogancia. Una de las respuestas que usaban aquellos que adherían al gobierno de Correa en sus inicios y se le hacía algún cuestionamiento, era, simple y llanamente: “es que ustedes no entienden”. Así de simple. Así de arrogante.
Algo parecido ocurría durante la redacción de la Constitución. Cuando algunos advertían que se estaba dando lugar al hiperpresidencialismo, dependencia de la Función Judicial y la de Transparencia y Control Social, las respuestas que se escuchaban podrían resumirse de la siguiente manera: “Es que eso no va a pasar”. Solo les faltaba decir: “¿es que no se dan cuenta? ¡Somos nosotros, la izquierda, los buenos en esta historia perversa del capitalismo!”.
Pero la verdad es que la experiencia que deja el socialismo -la real y la del siglo XXI- es la misma. Y aquellos que eran excluidos de los diálogos en el neoliberalismo, son los que excluyen a los liberales de hoy. Y así se convierten en aquellos que siempre denostaron. Y con automóviles de lujo que recurren a la tricolor. Eso sí: superiores moralmente.