Política exterior 4

Esta es la cuarta vez que escribo sobre las líneas conductoras de la política exterior del Gobierno. Y coinciden básicamente con la designación del cuarto canciller de la revolución ciudadana, pues un canciller es el conductor y ejecutor por excelencia de esas políticas. Resulta difícil hablar de perfiles, porque los anteriores fueron tan diferentes entre sí que no es posible encontrar patrón, de ningún tipo, que pueda decirnos algo sobre las preferencias presidenciales en este campo.

Esta vez, sin embargo, el Presidente ha puesto énfasis en dos condiciones fundamentales: a) absoluta lealtad y b) consistencia ideológica. Sería totalmente injusto decir que los anteriores carecían de lo primero. Sobre lo segundo, Montecristi marcó ya los principios rectores de la política exterior del país, en ninguno de los cuales consta la ideología.

Más allá de las personas, lo que importa realmente son las políticas. En materia de principios creo que muy pocas personas podrían decir que estamos  contra  las metas establecidas: manejo soberano de la política exterior y del comercio internacional, democratización del sistema internacional, rechazo al imperialismo y al neocolonialismo, búsqueda de la integración latinoamericana. Pero hay dos problemas de fondo en la forma cómo lo han hecho: el primero es de carácter institucional. Cuatro cancilleres en apenas tres años no suman a la idea de cambio revolucionario porque no permiten asentar ninguna institucionalidad.

Cuatro cancilleres significan cuatro cambios masivos de líneas de negociación, de procesos en marcha, de acercamientos o distanciamientos entre países, sin contar con el cambio abrupto de estilos y hasta formas de administración de la Cancillería. Todo esto en un mismo Gobierno. La peor parte la ha llevado comercio exterior, donde ni siquiera hemos oficializado un equipo negociador ecuatoriano (expertos no ideólogos) que  lleven adelante todo tipo de negociaciones en las ramas pertinentes. ¿Cómo podemos negociar con soberanía en un escenario así?

El segundo problema es la estrategia. Hasta ahora hemos dado  palos de ciego, pero el peor es el  “alineamiento estratégico”. Si el principio es la soberanía y la meta es desarrollar al país, es incomprensible atarnos de pies y manos en negociaciones con países como Venezuela, China o Irán solo por su imagen contrahegemónica, ya que por estar en plena etapa de desarrollo ellos mismos, suelen imponer condiciones de precio y calidad que no se compadecen con nuestras necesidades. ¿Por qué el temor a una negociación abierta si podemos obtener mejores tarifas y tecnología? ¿Por qué convertir nuestra inserción económica en un asunto de geopolítica? Y dejo abierto el tema Alba, pues el Gobierno todavía no ha podido demostrar que este proyecto ayuda a las metas que todos compartimos sobre política exterior e integración latinoamericana.

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