Néstor Bonilla, de 21 años, diseña las caretas de la Diablada Pillareña hace 7 años. Foto: Modesto Moreta/El Comercio
Modesto Moreta. Coordinador (F-Contenido Intercultural)
El ‘Diablo’ es el principal personaje de esta fiesta que cada año se apodera de las céntricas calles de Píllaro, en Tungurahua.
Se trata de la popular Diablada Pillareña, que se organiza para inicios de cada enero. Ninguna otra fiesta, como esta, altera tanto la cotidianidad de las familias de agricultores de esta urbe, localizada a 25 minutos, en el nororiente de Ambato.
Los campesinos desde octubre realizan un paréntesis a gran parte de sus actividades productivas, para dedicarse a la confección de los trajes de color rojo y las caretas estrafalarias, que vestirán en los seis días de celebración.
Desde octubre, las pequeñas viviendas de los agricultores se transformaron en pequeños talleres. Allí diseñan y elaboran a mano las máscaras utilizando técnicas antiguas, como es el uso del papel y el engrudo.
Marco Campaña es uno de ellos. El joven, de 30 años, hizo un alto a su labor de veterinario para confeccionar su propia máscara. Una nariz prominente y curvada, una sonrisa amplia, pómulos salientes, dientes afilados y grandes cuernos, plasmó en su careta.
Las creativas máscaras se hacen con papel reciclado, engrudo y pinturas.
En su vivienda localizada en el barrio San Vicente de Tilimbuloa a cinco minutos del centro de Píllaro, Campaña moldea esta figura. Usa papel reciclado y abundante engrudo para que adquiera dureza. “Eso lo aprendimos de nuestros mayores. Mis abuelos y padres las confeccionaban y bailaban en la Diablada”, comenta.
Añade un par de cuernos de venado a los lados. Además, dientes elaborados con hueso de animal. Cuenta que para confeccionarlas se hizo una investigación para no alterar la técnica usada por las personas más antiguas. Por esa riqueza cultural, este festejo popular fue declarado Patrimonio Cultural en enero del 2009.
En enero, los bailarines llegarán de Rumihuaico, Marcos Espinel, Cochaló, Chacata, Tres Esquinas, La Elevación, Guangüibana… “La fiesta es independiente, no responde a los cánones del poder político, militar o religioso. Es una manifestación del pueblo con más de 150 años de historia”, dice Ítalo Espín promotor cultural.
Espín cuenta que la Diablada nació en un intento de los hombres de Tunguipamba y Marcos Espinel (Píllaro) por mantener la exclusividad de las mujeres. Para evitar los enamoramientos de las chicas, los varones de Marcos Espinel se disfrazaban de diablos para ahuyentar a sus rivales, desde entonces se fue organizando esta celebración que coincide con los Santos Reyes.
En 15 talleres de Píllaro se hacen caretas y ocho sastres cosen los trajes. Mario Velasteguí diseña esta vestimenta, que tiene una blusa, un pantalón y una capa de color rojo. Está adornada con lentejuelas y encajes dorados. Lleva 40 de sus 60 años en esta labor que aprendió de su madre María Arias.
En el barrio San Vicente, Néstor Bonilla, de 21 años, tiene otro taller. En una mesa de madera apila más de 15 caretas y cinco muñecos confeccionados con papel. La labor se cumple con cuidado para evitar daños, especialmente cuando comienza a ubicar los cuernos y dientes de animales.