En medio de la lluvia, con ropa deportiva, Lili Boada y su esposo Guillermo Ortiz, de 60 y 63 años, caminan en medio de ramas de árboles, que han formado una especie de arco natural. Se adentran en un sector del Parque Metropolitano Guangüiltagua, en el Batán Alto, a donde se llega al subir desde el parqueadero uno.
Pasadas las 07:00, luego de haberse ejercitado, avanzan en su vehículo y luego a pie, hasta ese espacio que podría considerarse el ‘comedor’ de una manada de 12 perros, que viven en el pulmón de la ciudad de 557 hectáreas. Con maderas y más ramas construyeron un techo. En fuentes de aluminio desechables colocan balanceado y una sopa, preparada con avena y verduras. También les dejan agua.
Su misión es alimentarlos de lunes a jueves, esta rutina la mantienen desde hace 12 años. Pero hay otras cuatro parejas que son parte de este grupo de amigos, que se encargan de llevar alimento a los perros, el resto de la semana. Todos financian las esterilizaciones y la compra de medicina y comida. Adquieren 20 o 30 sacos de balanceado para abaratar costos. Un saco de 30 kilos cuesta USD 32. Al mes requieren seis quintales.
En medio de la charla, Tila, una mestiza de color dorado, de tamaño mediano, observa a sus protectores. No se acerca. No les mueve la cola. Ellos tampoco la tratan como a una mascota. La ven como parte del ecosistema del parque, como un ser vivo, que necesita de ellos. Está a pocos metros, tiene hambre y sabe que la comida ya está servida. Junto a ella pasan autos, no les ladra. Guillermo y Lili se enternecen. Ven detrás a Princesa II, una perra blanca con manchas, preñada. Él recalca: “¿se fijó?, no hacen daño, no molestan”.
Pero esa no es una visión compartida por otros usuarios del parque. En otro de los estacionamientos, uno que colinda con un puesto de bebidas y comidas, ciudadanos que hacen deporte desde las 05:00 sienten temor de esos animales. Tamara Salazar y Diana Arteta, de 42 y 36 años, respectivamente, ubican sus bicicletas de montaña en sus autos, luego de un entrenamiento. Acuden a este lugar desde hace más de cuatro años.
Ellas consideran que la manada de perros es un problema pues cuando conducen sus bicicletas, los animales las persiguen y les ladran. Temen que puedan hacerles daño. Los perros eran dóciles, comentan las mujeres. “Se han vuelto salvajes, cuando practicamos ciclismo tratan de atacarnos”, relata Tamara, quien se comunicó con el Municipio. Le indicaron que “el problema estaba controlado pues las perras habían sido esterilizadas, había cinco perros, ahora son más del doble”.
Ayer martes 17 de marzo vieron a una perrita preñada o quizá ya tuvo a sus cachorros, tenía las mamas como hinchadas, llenas de leche. No saben. Seguramente era la Princesa II. Las ciclistas, Tamara, contadora, y Diana, guía de turismo, creen que se debiera buscar una salida porque en el parque también viven conejos, lagartijas y aves… Ellas saben que los perros se mantienen a salvo porque hay personas que a diario les traen alimento. “El problema principal es que la gente abandona a los perros y así se forma la jauría y el problema se mantiene”, dice Tamara.
Fabián Vera corre dos veces por semana en este parque. Lo hace junto a un perro mestizo, también mediano. Dice sentir temor cuando se encuentra con el grupo de perros. Una vez lo siguieron y quisieron pelear con su mascota.
Desde hace dos años, Eduardo Altamirano tiene un pequeño local de venta de jugos naturales y productos como choclos en el Metropolitano. Él y su esposa han visto a los perros. Ellos creen que son al menos 18. Los describen como animales de color amarillo. Creen que todos deben ser ‘parientes’ porque buena parte tiene rasgos parrecidos. Se acercan a las casitas de madera de esa zona, junto a otro estacionamiento, para protegerse de la lluvia. Al dueño de este local, los corredores y ciclistas le cuentan que sienten temor de ser atacados. Cuando van en las bicicletas, apunta, los perros corren detrás de ellos, pierden el equilibrio y se caen.
A uno de los guardias, un ciudadano extranjero, que no habla muy bien el español, se le acercó. Y le comentó que se llevó un buen susto cuando un grupo de perros lo rodearon y no paraban de ladrar. No lo mordieron. Pero se asustó mucho.
No solo los perros sin dueño, los que viven en el parque, causan malestar entre algunos visitantes. Los guardias, que prefirieron no ser nombrados, reciben quejas porque algunos corredores llegan con perros y los dejan libres, sin correa, pese a la molestia evidente de otros usuarios del lugar. Eso es peligroso y va en contra de lo que establece la Ordenanza 048. También hay denuncias por incumplimiento de la Ordenanza 0332, que obliga a los dueños a llevar una funda para limpiar las heces, que dejan en el camino sus animales. En el Metropolitano hay letreros en los que se advierte sobre esas infracciones. Pero no es posible contar con personal de la Agencia Metropolitana de Control (AMC), que confirme los hechos y sancione.
La Agencia tiene apenas dos inspectores de fauna urbana. Así que sería imposible tener un sistema de vigilancia permanente en todo el Distrito, según indicó María Gabriela Larreátegui, supervisora y titular de la AMC. Ella adelantó que están en conversaciones para determinar si en el futuro será posible que los policías metropolitanos levanten un parte, para que luego actúe la Agencia.
La AMC está al tanto de la presencia de una manada de perros en el Parque Metropolitano de Guangüiltagua. Mauricio Montalvo, director de inspecciones, indicó que conocen que en el lugar existen “dos jaurías”. Contó: “se cercará un lugar y allí se ubicará a los perros más veteranos, serán unos cinco de 14. A los más jóvenes se los retirará del parque”.
Según Montalvo, este grupo de perros es peligroso. No está en contacto directo y cotidiano con los seres humanos, lo que dificultaría un proceso de adopción. Conocen que hay ciudadanos que acomodaron una zona, con un techo de madera, debajo del cual les dejan comida a diario. Aunque estos perros no son el único blanco de las quejas. La Agencia también recibe denuncias porque un hombre ingresa con tres pastores alemanes, con traílla. Pero en el interior del parque los deja sueltos. Lo que más les preocupa son los constantes abandonos de animales.
“Alimentamos a los perros por solidaridad. No podemos ser indolentes ante el abandono, el dolor de un ser vivo. Quien abandona a un perro lo expone a maltrato y sufrimiento”. Eso expresa Lili Boada, mientras guarda en una funda uno de los envases en donde trae la sopa para los perros. Su esposo, Guillermo Ortiz, pide escuchar el cantar de los mirlos, que revolotean en el arco natural formado con ramas de árboles, que ellos atraviesan para dejar la comida.
Esta pareja vive por El Pinar Bajo y sus amigos en zonas como la González Suárez, Nayón, Iñaquito… Son parte de una comunidad que utiliza la ‘radio boca’ para enterarse de las novedades del parque. Así lograron respuestas ante la inquietud que les provocó la desaparición de Chuchaqui, uno de los perros de la manada, de los más populares. Se lo llevó una familia de extranjeros, que una noche salió a caminar por el Metropolitano de Guangüiltagua y de pronto se vio escoltada por el animal. Todos creen que él escogió a estas personas, que lo acogieron, le dieron visa a Estados Unidos, según se cuenta en son de broma. Ni por enfermedad dejan de acudir a cumplir su misión de alimentar a los perros.
Alfa es el principal de la manada, en donde también hay jerarquías. El último en ese orden es Omega; también está el Lobo. Tila se llama así porque su pelaje es entre crema y dorado como la flor de tilo. “Ellos son parte del ecosistema del parque”, reitera Lili preocupada por su futuro. Aclara varias veces que no son perros ferales, es decir que por su abandono forman jaurías, lucha por la supervivencia y cazan, como sus antepasados los lobos. Son “asilvestrados”. Dicen varias veces que en un día soleado se puede ver que son perros hermosos.
Lili y Guillermo, pedagoga y sociólogo y abogado, tienen tres gatos y tres perros. Estos últimos son adoptados, los recogieron hace unos seis años. Dos de ellos eran del parque y uno lo encontraron en la Quito Norte. Todos los días corren en el parque. Una vez mantuvieron en su casa a Tila por dos meses, pero ella no se acostumbró, quiso volver a su espacio.
“Hay gente que siente temor de los animales. Ellos no atacan. Sí persiguen a la gente, es lo mismo que pasa en las calles. Jamás hemos registrado ataques”, dice Guillermo.
Según Fernando Arroyo, coordinador de Urbanimal, Centro de Gestión Zoosanitaria, a petición de la Administración del Parque Metropolitano se contactó a Miguel Tinajero, quien realizó un estudio etológico a la manada. Arroyó contó que les llegó el informe de que son perros asilvestrados. “La decisión de qué hacer es de la administración, sé que la problemática crece por los animales que abandona la gente ahí”.
Arroyo confirmó que se planeaba dejar a un grupo reducido y retirar a los demás, aunque apuntó que “retirar a los animales con ese grado de asilvestramiento es difícil”. También dijo no conocer que había una perra en estado de gestación en el Metropolitano, en estos días. “Les he pedido que en esos casos me avisen, para poder retirarlas a la brevedad”.
La Administración del Parque Metropolitano de Gunaguiltagüa dijo que antes de pronunciarse necesitaba una autorización de la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas, a cargo.
El grupo de protectores de animales está pendiente de ellos. No solo de su alimentación, también los cuidan si alguno presenta problemas de salud. Por ejemplo, cuando ven a un perro herido luego de una pelea con otro, llevan pollo con medicamento y lo colocan cerca para que lo coma. Si ven a perras en estado de gestación esperan que pase por lo menos un mes y se llevan a los cachorros a sus casas, los protegen y luego les buscan hogar. También costean esterilizaciones y claro, luego de las intervenciones, hacen de sus residencias, pequeñas clínicas de reposo, para los animales convalecientes.