Lo dijo así, como si nada: “esa periodista ignorante y mentirosa”. Y luego siguió disparando contra el medio donde ella trabaja: “falsos, neoliberales, mala fe, idiotas”.
No, no fue el omnipotente hombre de los monólogos sabatinos. Luego de más de 165 “enlaces” ya no sorprende la actitud de quien ha convertido en un vicio personal y en un derroche de veneno colectivo las descalificaciones y los ataques contra todos aquellos que no le hacemos la venia.
No, no fue él. Fue apenas un ministro el que llamó “periodista ignorante y mentirosa” a Gabriela Quiroz, una de las mejores reporteras del país en temas financieros.
Es apenas un ministro, alguien que cuando logró ascender al trono del manejo monetario, bancario y macroeconómico asumió la misma actitud visceral y arbitraria del omnipotente hombre de los monólogos sabatinos: nada mejor que degradar, menospreciar y descalificar a los medios para torcer el papel del periodismo e intentar convertirlo en caja de resonancia del poder de turno (siempre efímero, además).
Lo recuerdo en mis reporterías en Montecristi, durante la Constituyente: llegó como asambleísta por un pequeño movimiento político y su margen de maniobra e incidencia era tan escaso que, para salir en los periódicos, atendía todas las llamadas telefónicas, las consultas y las entrevistas que le hacíamos los periodistas.
Decidido a forjarse una carrera política, para lo cual requería posicionamiento mediático, estaba siempre dispuesto a salir en la prensa en calidad de todólogo.
Años atrás, cuando el país vivía agobiado por el peso de la larga noche neoliberal, el ministro (hoy enemigo mortal del capitalismo) era cordial y amable con los periodistas, en especial cuando ejerció las funciones de vocero oficial de los exportadores de flores (a quienes hoy, seguro, llamará “oligarcas” o “pelucones”).
No sé si la omnipotencia y la arrogancia serán contagiosas, pero los síntomas muestran que sí.
Ha quedado atrás aquel personaje bonachón e idealista que cuando aceptó el ministerio dijo que lo asumía “con patriotismo, pese al gran sacrificio político y personal que hacía al dejar de lado su carrera política”.
O, quizás no era, en realidad, ni bonachón ni idealista: viéndolo desde un manejo pragmático de la imagen personal, todos sus coqueteos y acercamientos a la prensa posiblemente fueron un meditado enmascaramiento para llegar al lugar donde está.
Pero lo que haga con su efímero poder no es asunto suyo: es un asunto de Estado. Nos concierne a todos y, por tanto, nos da el derecho ciudadano a exigirle rendición de cuentas.
Calificar como “mentirosa e ignorante” a una periodista que todos los días cumple su rol con rigor y ética es darle la razón a mi abuela: “Entrégale poder a un hombre y lo conocerás”.