Vladimir Putin, el hombre que desafía a Occidente

El presidente ruso, Vladimir Putin, ofreció una rueda de prensa en Moscú (Rusia) hoy, jueves 18 de diciembre de 2014. La economía rusa saldrá de la actual crisis económica en un plazo de dos años, en el peor de los casos, aseguró. Foto: EFE

El presidente ruso, Vladimir Putin, ofreció una rueda de prensa en Moscú (Rusia) hoy, jueves 18 de diciembre de 2014. La economía rusa saldrá de la actual crisis económica en un plazo de dos años, en el peor de los casos, aseguró. Foto: EFE

El Presidente demostró estar resuelto a llevar adelante su proyecto para Rusia. El GDA lo eligió personaje mundial del 2014. Foto: EFE

El protagonista del año no necesariamente es un superhéroe al que todos admiran. Tampoco su selección equivale a la de un Premio Nobel de la Paz.

El elegido del 2014, el presidente ruso Vladimir Putin, no es ni Superman, ni Mahatma Gandhi, pero sí un hombre de una férrea voluntad que quiere devolver a su país al lugar que perdió con el fin de la Guerra Fría, sin temor de poner a prueba la solidez del sistema internacional o la voluntad de los dirigentes mundiales de oponerse a sus desafíos.

Putin no es el clásico líder carismático. Nada más distinto a Hugo Chávez, Castro o incluso Hitler. Se ríe poco, no hace bromas, es directo y algo brusco.

Más bien bajo de estatura, muy erguido. Parece tener siempre puesto su chaleco antibalas, pero -al parecer- según las fotos que el Kremlin distribuye de tiempo en tiempo, no es eso, sino una musculatura trabajada a fuerza de gimnasio y actividad física.

Es cinturón negro de judo, un deporte que usa la fuerza del adversario en su beneficio, y que necesita paciencia y reflexión, pero también reacciones rápidas, algo que le ha servido en política.

Según Peter Baker y Susan Glasser, autores de ‘Kremlin Rising: Vladimir Putin’s Russia and the end of revolution’, Putin es poco empático, y ni cuando saluda enfermos en un hospital infantil es cálido, por eso los niños no lo quieren. No es alguien que sonríe cuando habla a la multitud, ni siquiera cuando da la mano al inicio de una entrevista.

No es fácil entablar una conversación de esas que muchas veces un periodista logra incluso con un personaje con quien no comparte las ideas. Por el contrario, es frío y distante, y si tiene sentido del humor, no lo muestra.  Imposible verle el alma a través de sus ojos azules, como lo hizo George W. Bush.

Sin embargo, la popularidad de Vladimir ha crecido con los años, llegando a puntos increíbles del 80%, solo comparable con la de José ‘Pepe’ Mujica. Apela al nacionalismo más feroz, al chauvinismo endémico en la sociedad rusa, y a la amenaza de un enemigo externo que pretende doblegar a la “Madre Patria”, como le gusta referirse a Rusia.

Aceptó ser el sucesor de Boris Yeltsin, en diciembre de 1999, porque, según sus palabras, quería ayudar a “salvar a Rusia, para que no se desmembrara. Eso sería algo para sentirse orgulloso”. Sigue pensando que el derrumbe de la URSS es el peor desastre geopolítico del siglo XX, y probablemente que él es el único capaz de restablecer el equilibrio.

Los acontecimientos de este año demuestran que no ha perdido esa resolución para empujar a Rusia. No ha temido hacer tambalear los cimientos del sistema internacional para cumplir su meta, que no es la de resucitar la Unión Soviética, sino más bien la de recomponer el imperio ruso, ese que tenía no solo Crimea y Ucrania, sino Bielorrusia, el transcáucaso y los países musulmanes de Asia Central. Por ahora, las repúblicas Bálticas no parecen estar en su periscopio.

“El oso es el amo de la taiga (bosque boreal), y no se la cederá a nadie (...) (tampoco) se molestará en pedir permiso”, dijo en octubre en el Club Valdai, un foro organizado por Moscú para discutir sobre el rol de Rusia en el mundo.

Frase clave para entender por qué no acepta que la Unión Europea sea más influyente que Rusia en Kiev, o que los georgianos quieran incorporarse a la OTAN. Parece ser más que una declaración amenazadora. Encierra la forma como Putin ve la escena global y el rol de su país en ese entorno.

En el Club Valdai, Putin acusó directamente a Estados Unidos de destruir el orden y la legalidad mundiales, y de tratar de imponer -como ganador de la Guerra Fría, sin tratados- un mundo conveniente a sus necesidades e intereses. Se quejó de que EE.UU. interviene en todo el mundo, impunemente, y no permite que Rusia haga lo mismo.

“Este período de dominio unipolar ha demostrado convincentemente que tener un solo centro de poder no hace que los procesos globales sean manejables”.

Para Putin, la hegemonía norteamericana demostró “incapacidad para luchar contra los verdaderos peligros como los conflictos regionales, el terrorismo, el narcotráfico o el fanatismo religioso”.

Visto así el papel de EE.UU., Putin justifica cualquier acción de Rusia en el exterior, especialmente en su entorno inmediato, pero también en Siria o Irán.

Y, habiendo roto innumerables veces las reglas, plantea que para evitar “la expansión del caos global”, es necesario un orden global en el que prime el derecho internacional, y las normas instauradas tras la Segunda Guerra “con nuevo contenido”.

Si Putin es el personaje del año, es porque no se amilana ante la oposición de todos, no le asustan las sanciones que le impusieron tras la crisis de Crimea y Ucrania, ni le teme al desastre económico que puede sufrir Rusia con la fuerte caída del precio del petróleo, que ya se ha notado con el colapso del rublo.

Cuando Yeltsin cedió su cargo al exagente del KGB, dijo que “el siglo debía comenzar con una era política nueva, la era de Putin”. Ahora, la pregunta es por cuánto tiempo más podrá mantener firme su posición ante Occidente.

Suplementos digitales