Las identidades son fuertes. Marcan la vida de los pueblos. Les ponen un signo de unidad interna y de destino común. Hacen que la gente luche por metas colectivas, por líderes que las expresan y contra enemigos comunes. Las identidades nunca pueden definirse, al menos del todo, pero se las siente, especialmente por los efectos movilizadores que tienen en las sociedades.
En nuestro país, las identidades provinciales son profundas. Tienen larga trayectoria, que a veces se inició antes de la fundación del Ecuador. La lojanidad, el manabitismo, por ejemplo, son identidades que expresan provincias-región. La crónica debilidad de los “gobiernos provinciales”, que tienen pocas atribuciones, se compensa con una fuerte identificación de los habitantes con su provincia. Hay poderosas identidades en Carchi, Azuay, Esmeraldas o Imbabura, para solo mencionar unas pocas.
Una de las formas más claras de expresión de la identidad es la cultura; es decir la forma de vida de la gente, sus costumbres, su comida, sus dichos, sus ceremonias. Y desde luego también la producción intelectual. En nuestro país, salvo excepciones, hemos descuidado la promoción de lo uno y lo otro. Recién hay signos de que estamos corrigiendo estas falencias.
Por ello es muy destacable el esfuerzo de la Casa de la Cultura de Imbabura, que publica la Colección Carangue, que ha llegado ya al número 10. La serie reedita diversas obras de autores imbabureños o sobre temas de provincia, que ya no estaban al alcance de los lectores. Allí están ‘Ibarra y sus Provincias’ de Juan de Dios Navas, ‘Eugenio Espejo Médico y Duende’ de Enrique Garcés, ‘Nankijukima’ de Enrique Vacas Galindo, ‘Punyaro’ de Gonzalo Rubio Orbe, ‘Vocabulario de Medicina Doméstica’ de José María Troya, ‘Las Rutas del Futuro’ de Humberto García Ortiz, ‘Memorias de un empleado público’ de Juan Viteri Durand, ‘Periodismo, Pensamiento y Libertad’ de Jaime Chávez Granja, ‘Corregidores de Otavalo’ de Víctor Alejandro Jaramillo, ‘Imbabura en la novela y Siluetas’ de José Miguel Leoro.
El esfuerzo editorial es muy significativo. Los títulos han sido cuidadosamente seleccionados y contienen obras de calidad intelectual que reflejan los aportes de pensadores imbabureños no solo al conocimiento de la provincia, sino del país. Los volúmenes están bien impresos, aunque carecen de algunos requisitos que la ley y las normas editoriales establecen. Los libros, por ejemplo, no tienen ISBN ni registro de derechos de autor. La mayor falta es quizá que no tienen estudios introductorios que informen sobre los autores y las obras.
Podemos presumir que las limitaciones se irán corrigiendo en el camino. Pero la colección ya está en marcha. La Casa de la Cultura imbabureña con su presidente Marcelo Valdospinos merecen una felicitación y estímulo.