Fidel Castro murió a los 90 años de edad. Foto: EFE
Fidel Castro Ruz, uno de los íconos del siglo XX, falleció este viernes 25 de noviembre. La noticia de su muerte puso en evidencia lo que él fue en vida: un personaje que generó (y genera) reacciones encontradas, amor u odio, y nada de términos medios. Así, mientras en la isla ayer, en general, había congoja por su deceso, en los enclaves de la diáspora cubana, en especial de Miami, se festejaba… A su alrededor, como siempre, hay dos bandos: muchos le dicen: “Hasta siempre comandante Fidel”, mientras otros tantos señalan “hasta nunca”.
Su desaparición física significa la partida del último de los comandantes de las revoluciones, casi todas fracasadas, de la centuria pasada.
Él dirigió hasta el 2006, cuando debió dejar el poder a su hermano Raúl por enfermedad, un proceso revolucionario, muy admirado en sus inicios, pero que al cabo de 57 años ha sumido en la ruina a la isla por la aplicación del fallido sistema del ‘socialismo real’. Una ruina que ha dejado en el aire las conquistas que el modelo castrista exhibía: la educación y los avances de salud. Actualmente, los galenos se han vuelto un producto adicional de exportación por el cual el Estado cobra a los países que los contratan.
Un descalabro que el comandante de la ‘Revolución de los Barbudos’ y el régimen castrista han tratado de justificar en el embargo económico impuesto en 1960 (y endurecido en 1962) por John F. Kennedy, mandatario de EE.UU. en la época, y que se mantiene hasta ahora, a pesar del histórico restablecimiento de las relaciones entre La Habana y Washington, que cuajó el año pasado y que permitió este 2016 la visita del presidente Barack Obama a la isla.
Con él también desaparece un protagonista de la Guerra Fría, el choque ideológico entre EE.UU. y la URSS que pudo derivar en una III Guerra Mundial, por efecto de la ‘Crisis de los misiles’. Este incidente estalló una vez que se descubrió que el líder soviético de la época, Nikita Jruschov, había instalado lanzaderas de misiles en territorio cubano.
Un protagonista que presionó a los soviéticos para que dispararan los misiles (él los llamaba ‘cohetes’) a territorio estadounidense, conforme se desprende de documentos desclasificados que detallan una conversación que sobre el asunto mantuvieron Jruschov y Antonin Novotny, mandatario de Checoslovaquia de la época. Al final, los esfuerzos diplomáticos evitaron la hecatombe nuclear.
Con Castro también se va, como lo ha señalado el periodista y escritor estadounidense Jon Lee Anderson, quizá “el político más astuto del siglo XX” y que se convirtió en una leyenda, que él mismo forjó desde el 1 de enero de 1959, con el triunfo de la Revolución cubana y con su uniforme verde oliva, la barba tupida y el habano encendido. Una leyenda que se acrecentó cuando repelió una invasión anticastrista protagonizada por 1 400 hombres, financiada y organizada por Washington, en Bahía de Cochinos, que dañó completamente las relaciones cubano-estadounidenses. Y que se cimentó más cuando echó la culpa al ‘Imperio’ de todas las calamidades de su utopía.
Precisamente, su astucia y su audacia, complementadas por un aparato de dura represión y de propaganda, le permitieron mantener por más de cinco décadas en la isla un sistema fallido, que en la actualidad se ensaña con la atribulada Venezuela, que es controlada por el chavismo. También le permitieron ser el ‘cerebro’ del Foro de São Paulo, el eje que ha hecho trizas la institucionalidad y ha agujereado las arcas públicas de países de la región.
Pera además de sagaces y audaces, el comandante y su hermano han sido unos náufragos políticos, que a lo largo de cinco y más décadas han sobrevivido con los subsidios de mecenas. El primero de ellos fue la Unión Soviética, que en sus tiempos de auge asignó ayudas y subsidios a La Habana, por el equivalente de USD 5 000 millones anuales. La eclosión de la URSS cortó ese aporte y dio paso al ‘período especial’, una etapa marcada por las penurias, el déficit más crónico de productos y más represión, que persisten. El segundo mecenas fue la Venezuela de Hugo Chávez, a la que terminó de quebrar luego de obligarla a aplicar las mismas recetas que fracasaron en la isla.
El legado, si existe alguno, que deja el comandante a su hermano se resume en la necesidad de salvar a su modelo
de la debacle. A millones de cubanos, en tanto, les testa más ‘períodos especiales’ y un salario promedio de USD 22 al mes. Al final, al contrario del deseo del patriarca del ‘socialismo real’, la historia seguramente no lo absolverá. O, como señala Barack Obama: “La historia juzgará el impacto de Fidel Castro en Cuba y el mundo”.