Los delicados momentos que vivimos el mundo y el Ecuador obligan a meditar serenamente para obrar con positivismo y prudencia, en servicio de valores fundamentales acordes con la dignidad de la persona y los principios básicos creados para regular las acciones de los Estados, sus gobiernos y pueblos. En lo referente al mundo, si acompañamos al Japón en su tragedia y anhelamos que la solidaridad general se manifieste, al propio tiempo miramos con desesperanza el enfrentamiento armado de las grandes potencias con Libia, pese a haber contemporizado durante ya cuatro décadas con el tiránico régimen allí imperante. En lo que atañe al Ecuador, deploramos que las relaciones con EE.UU., la primera gran potencia mundial, que parecían hallarse en satisfactorias condiciones de amistad, hayan entrado en crisis, con recíprocas declaraciones de personas no gratas para los respectivos embajadores, a consecuencia de haberse difundido dolosamente la correspondencia reservada del Departamento de Estado con sus jefes de misión.
El sereno estudio de los hechos induce a presagiar, más que una crisis ocasional de las normas de la vida contemporánea de los Estados, una grave erosión de las bases del actual Derecho internacional público, con deliberado quebrantamiento de los principios alcanzados por el desarrollo del mundo. Preocupantes son las deformaciones sufridas por dos principios, ahora en peligro de ser sustituidos por otros, semánticamente parecidos, en realidad su negación. Uno es el “derecho de legítima defensa” que, para operar, requiere un previo ataque, sustituido en los últimos tiempos por un supuesto “derecho de legítima defensa preventiva”, según el cual basta la sospecha de un posible ataque, aún no desencadenado, para que se anticipe la acción armada del supuestamente agredido, que pasa a ser agresor. Otro es la recién creada “ingerencia humanitaria”, ya aplicada en Irak y hoy en Libia, que deja abolido el inalienable “principio de no intervención”: hay que derrocar al tirano, quebrantador de los derechos humanos, con quien se negoció durante 4 décadas. ¡Doble moral!
En nuestro caso, la Embajadora hoy declarada no grata aparece difundiendo antiguas críticas suyas contra una Policía corrupta, supuestamente amparada por el propio Presidente. Se confirmaría así el viejo e inaceptable criterio de una diplomacia correveidile, maquiavélica, a la que tal vez por eso, a sus servidores, se les llama “momias cocteleras”, proclives al chisme. Quizás fue precipitado declarar a la Embajadora persona no grata, lo que obviamente molestó a la primera gran potencia que reciprocó la medida como si viviéramos en tiempos de la Roma imperial, sin más norma que el peso y paso de sus legiones. El criterio colectivo de nuestro pequeño Ecuador no puede ser otro que el viejo lema soberano: “¡Con la Patria, siempre!”