Los palestinos de Cisjordania miran con impotencia hacia Gaza

Varios manifestantes palestinos bloquean la calle durante los enfrentamientos contra los ataques israelíes en la franja de Gaza, en el punto de vigilancia Howwara, cerca de la ciudad cisjordana de Nablus. Foto: Alaa Badarneh / EFE

Varios manifestantes palestinos bloquean la calle durante los enfrentamientos contra los ataques israelíes en la franja de Gaza, en el punto de vigilancia Howwara, cerca de la ciudad cisjordana de Nablus. Foto: Alaa Badarneh / EFE

Varios manifestantes palestinos bloquean la calle durante los enfrentamientos contra los ataques israelíes en la franja de Gaza, en el punto de vigilancia Howwara, cerca de la ciudad cisjordana de Nablus. Foto: Alaa Badarneh / EFE

Consumido el ocaso, el lento ritmo que el ayuno del Ramadán impone sobre los fieles se rompe en pedazos en las calles de Ramala y el centro de la ciudad, sede del Gobierno palestino, es un danzar. Los comerciantes se afanan en vender los últimos productos -faddali, dicen, invitando a entrar-, las colas en los supermercados aumentan y los carros cargados de frutas zigzaguean por las calles empujados por chavales desorientados que dan los últimos coletazos antes de volver a sus hogares.

Palestina está, sin embargo, de luto. Durante tres días. Así lo ha anunciado el presidente, Mahmud Abas, de viaje en Catar para tratar de lograr un alto el fuego que ponga fin a dos semanas de guerra entre Israel y el movimiento islamista Hamas, que controla la franja de Gaza, y que se han cobrado más de 500 muertos palestinos y casi una treintena de israelíes.

Los esfuerzos diplomáticos, repetidos por el enviado especial de la Unión Europea, Richard Serri; el secretario general de la ONU, Ban-ki Moon o el titular de Exteriores francés, Laurent Fabius, se han visto respaldados hoy por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, de visita en la región.

Pero, por el momento, los intentos se han visto bloqueados y ambas partes han declarado su intención de mantener una espiral de violencia que no cesará hasta que sus objetivos, casi irreconciliables, se vean cumplidos.

"Yo no sé qué hacer. Me pongo frente al televisor, miro las noticias, y lloro", confiesa Amira, la joven dependienta de una óptica de Ramala que asume con desconsuelo lo "poco" que pueden hacer por los cerca de 1,8 millones de gazatíes que tratan de sobrevivir un día más bajo la ofensiva israelí.

"Está bien hacer un gesto de solidaridad, pero no sé muy bien qué vamos a conseguir con una huelga de tres días, de qué manera eso puede ayudar", razona.

Otros creen que lo que sucede en Gaza es el principio del fin. Zaher, rondando la treintena, analiza con un orgullo solo comprensible para quien ha compartido un café con un palestino, lo positivo de una situación enmarcada en la más absoluta tragedia.

"Esta operación demuestra que los palestinos han cruzado una línea", asegura en referencia al incesante lanzamiento de cohetes de las milicias palestinas hacia suelo israelí, que supera el millar.

"Lo que la resistencia palestina deja entrever es que llegado un punto en el que, cuando casi todo se ha perdido tras años de bloqueo, de opresión, la dignidad y la esperanza se mantienen y el deseo por generar un cambio sigue presente", sostiene con un triste entusiasmo.

Las tres jornadas de luto, que mantendrán las banderas ondeando a media asta y cerrados los comercios que quieran secundar el gesto, llegan tras días de protestas moderadas en Cisjordania en repulsa a la "masacre" que comenzó en Gaza catorce días atrás. "Israel es un asesino de niños", lleva escrito en su pancarta Abu Shar, natural de Ramala, durante una manifestación convocada por Hamás.

"Cuando empiezas a matar a niños significa que has perdido tu humanidad, tus valores. Todo. Puede que ganes la guerra, pero en realidad has perdido", afirma.

"Desearía poder estar allí, porque no hago lo suficiente. Me siento mal, parece que aquí estamos castrados. No veo hombres a mi alrededor, solo en Gaza. Disculpa mi lenguaje", espeta con furia su impotencia.

Revela que la única cosa que queda por hacer para ayudar "a sus hermanos en Gaza" es ir allí.

"No es fácil, pero conozco a gente que lo ha hecho. Yo, quizá pueda ayudar cuando la reconstrucción empiece", sopesa pensando en el futuro que se abrirá cuando la ofensiva termine.

Abu Shar critica con dureza la ruptura interna de la sociedad palestina, la distancia entre Gaza y Cisjordania que no solo se mide en kilómetros y la ausencia de empatía entre la diáspora palestina y la realidad de los campos de refugiados, de los que la historia palestina no ha podido deshacerse aún.

En algunos de ellos, como el de Kalandia, delimitado abruptamente por el muro y a medio camino entre Jerusalén y Ramala, la rabia cobra cada día más presencia.

Un fuerte olor de agua pestilente utilizada por el Ejército israelí para dispersar las manifestaciones da un bofetón a todo aquel que cruza el punto de control que separa dos realidades.

Se ha convertido en manifiesto permanente de los enfrentamientos entre los "shabab", jóvenes palestinos, y las fuerzas israelíes que custodian el "checkpoint" que se suceden casi cada día en el campo desde que la ofensiva en Gaza comenzó. "Sí, soy de Ramala, fui a escuelas internacionales y aprendí que no hay que ser violento. Pero los israelíes no nos dejan otra opción", se despide Abu Shar.

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