Cada Viernes Santo llora el cielo. El mundo creyente recuerda, desde el acto supremo de entrega que supone dar la vida por los demás, las antiguas convicciones de una creencia que desde hace 2000 años ilumina la vida de una parte del planeta.
El cristianismo inunda a la sociedad occidental y las enseñanzas de la vida de Jesús para muchos son palabra religiosa de Fe, y para otros puntos de referencia de una doctrina de entrega y amor al prójimo.
Mientras el mundo se llena de odio y retumban los términos infamantes de corazones ardientes, la palabra de Jesús hablaba de amor.
El odio es la antipatía y animadversión hacia alguien cuyo mal se desea.
El amor es un sentimiento positivo de atracción o de fraterna convivencia y comunión. En sentido amplio es solidaridad y entrega a los demás.
Mientras los discursos hablan de venganza y persecución, la palabra de Jesús que desde entonces se proyecta hablaba de perdón y comprensión.
La venganza produce satisfacción por lo que se supone la recompensa ante un daño.
La doctrina cristiana profesa el perdón. El perdón es la remisión de la pena y la indulgencia.
Mientras la política y el poder exhiben vanidad y arrogancia, los seguidores de Cristo hablan de humildad.
La vanidad es la exhibición, muchas veces impúdica, de los méritos en busca de un reconocimiento, desnuda la flaqueza de tratar de reflejar en los demás en pro de reconocimiento, aquello de lo que, en el fondo, no genera seguridad, es una tremenda debilidad.
La humildad, de forma contraria, nos muestra las propias limitaciones y carece de la exhibición de las supuestas virtudes.
Mientras los sábados son de fuego y demagogia, para unos, para otros son de trabajo y oración.
El país requiere de amor, humildad, comprensión, solidaridad, y hasta perdón.
En horas de odio y polarización la palabra sensata debe primar en la búsqueda de la convicción de que una democracia real y efectiva se sustenta en la firme creencia de que las ideas de los demás, por distintas que sean a las propias, deben ser respetadas y aceptadas, aunque no siempre compartidas. Para ejercer una democracia madura hace falta una noción de apertura, de pluralismo.
La tolerancia es condición esencial de la vida en comunidad y, por cierto, del ejercicio del debate abierto.
En un día como hoy, cuando los cristianos muestran en público sus íntimas convicciones y su filosofía de vida, habrá que pedir que esas manifestaciones religiosas se conviertan en doctrina de vida cotidiana, en palabra viva, desterrando el odio y el rencor. Un país que cree en los cambios pide un cambio de actitud de gobernantes y opositores para construir. La demolición institucional y el odio solo causan destrucción.