Dos semanas quedan para que la mayoría de estudiantes quiteños regrese a clases. A diferencia de otros, en este año lectivo se presenta una interrogante: ¿existe una real preparación en los establecimientos educativos para reaccionar en caso de, por ejemplo, un fuerte temblor?
Afortunadamente (si se puede decir así) la reactivación de la falla de Quito registrada desde el martes 12 de agosto ocurrió en tiempo de vacaciones; cuando escuelas, colegios e, incluso, universidades están en sus tiempos de descanso.
Con esta pregunta no se quiere generar una preocupación en vano o una alarma sin sentido. Lo importante es que autoridades nacionales, locales y de los establecimientos educativos, así como profesores, alumnos y padres de familia tengan presente este tema. Y la mejor manera de hacerlo es que cada uno sepa lo que debe hacer si se presenta, en este caso, un sismo.
Las réplicas que se registran desde el martes pasado, hasta el mediodía del domingo, obligan a pensar de esta forma. En este caso no se trata de “desempolvar” planes y acciones de prevención, sino de crear una cultura de riesgos. Esto no ha ocurrido, pese a que Quito es una ciudad vulnerable a los fenómenos naturales.
Han pasado 15 años desde que a los quiteños les tocó “convivir” con la erupción del Guagua Pichincha, lo que implicó saber actuar en torno a la caída de ceniza volcánica con la protección de las vías respiratorias o de la piel con el uso de máscaras.
Igual cosa ocurrió con aprender, sobre la marcha, acerca de la limpieza de ductos, rejillas y alcantarillas; el almacenamiento de productos no perecibles, de agua, de botiquines; de acostumbrarnos a tener a mano radio, linternas, frazadas…
Ya sea una por una erupción, un deslizamiento de tierra, un temblor o una inundación, los quiteños debemos estar preparados. Esa una responsabilidad de cada persona, de cada familia y de cada institución educativa. La tarea de la autoridad es capacitar, capacitar y capacitar.