Lo ocurrido el pasado 19 de marzo en la parroquia Alluriquín no tiene precedentes en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas.
Alluriquín es la muestra de la crudeza de este invierno, que recién acaba de comenzar. Enormes laderas de tierra, piedras y vegetación en el ingreso y la salida del lugar se fueron al suelo.
Tras 25 días de la tragedia, las huellas del daño siguen presentes en esta zona de desastre: lodo, piedras y pequeños hilos de agua, que aún bajan hacia la vía Alóag.
La parroquia se volvió vulnerable y también constituye una alerta para sus habitantes, para el resto del país y, sobre todo, para sus autoridades. Es un aviso de que este invierno -que no se ha desarrollado del todo- y que los que vendrán serán mucho más letales y destruirán las zonas menos pensadas.
Como dato suelto: Alluriquín no se encontraba dentro de los lugares de riesgo y como tal no estuvo preparado. Y en muchos sitios del país se sigue pensando que nada pasará. Por eso, tampoco se han capacitado en prevención ni se ejecuta una infraestructura mucho más resistente. O también se permite que los ecuatorianos se asienten en zonas peligrosas.
Esta tarea solamente la hacen quienes siempre están expuestos a los embates del invierno de cada año. Es decir, Guayas, Los Ríos, Manabí, Esmeraldas y alguna otra provincia. Aunque en esos sitios, la inclemencia ha rebasado cualquier prevención.
Si bien, ayer, el Comité Nacional para el Estudio Regional del Fenómeno El Niño descartó que las lluvias fuertes de marzo tuvieran relación con la presencia de un posible fenómeno de El Niño, tampoco se pueden desechar las previsiones de que este hecho climático aparecerá a mediados de este año.
Quienes ahora transitan por Alluriquín, situado en la vera de la Alóag-Santo Domingo, dimensionarán que lo que pasó ahí fue terrible y doloroso para sus habitantes. Alluriquín es otra lección para aprender de este invierno.