Redacción Cultura
A principios del año pasado, el poeta Iván Oñate hizo una pausa en el viaje que hacía a Estados Unidos, adonde iba a dictar una charla en la Universidad de Austin, Texas. Se quedó en Ciudad de México buscando, en ese gigantesco estruendo, algún descanso.
Ese paréntesis fue el inicio de una relación con ese país que ha resultado creativamente pródiga para el escritor. Allá se editó, bajo el sello de la Universidad de Zacatecas, su más reciente poemario ‘El país de las tinieblas’.
La poesía nunca permitirá que solamente seamos biología marchita. Hace pocas semanas se presentó el poemario en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de la Minería, en la capital mexicana. Asimismo, Oñate leyó en el Colegio de México, uno de los centros neurálgicos de la actividad cultural de esa ciudad.
De regreso a Quito, el poeta da cuenta de su relación con el país norteño, a pocos días de haber cumplido 62 años.
Parece que en México lo tienen mimado…
El afecto siempre es reacio a la unanimidad, a la generalización. Necesita y ocurre en personas concretas. Mi relación con México viene desde mi infancia. Desde el blanco y negro del cine mexicano. Estrellas, como Ana Bertha Lepe o Lilia Prado, se irán conmigo, porque con ellas nació eso que más tarde sería el deseo. El deseo en todos sus sentidos, lingüística, epistemológica y psicoanalíticamente hablando .
¿En qué se basa, ahora, esa relación con México?
Mi libro, ‘El país de las tinieblas’, fue publicado por la Universidad Autónoma de Zacatecas sin que yo lo supiera. El novelista David Ojeda, en un acto que agradezco, se lo había entregado a Juan José Macías, el editor. José Emilio Pacheco, a quien conocí en San Luis Potosí, me hizo merecedor de una de las más cariñosas dedicatorias que guardo conmigo.
(Los 62 años) no ha cambiado en nada mi visión de la vida, solamente ha confirmado mi cobardía. Hace un par de semanas, ese afecto se expresó en la Feria del Libro de Minería y en El Colegio de México. Estoy obligado a pensar que las causas de ese cariño están más allá de mi razón. Aceptarlas con humildad, simplemente.
La poesía lo ha llevado a varios lugares del mundo. ¿Siempre no es un género tan marginal como se piensa?
Comercialmente marginal, eso es indiscutible. Existencialmente marginal, eso es impensable. Sospecho que la poesía arma sus propios circuitos, sus propios caminos para que se encuentren los que deben encontrarse. Ciertamente, gracias a la bendita poesía he conocido el mundo y a gente maravillosa, dueña de una modestia y humildad inversamente proporcional a su fama .
¿De lo que ha visto, la literatura ecuatoriana es visible en otros países?
El año pasado, en la Universidad de Austin, Texas, leí una conferencia sobre Pablo Palacio. En México, siempre me preguntan por Miguel Donoso, a quien recuerdan gratamente por los talleres de literatura. El gobierno del DF reconoció la valía de Benjamín Carrión con una placa en uno de sus espacios principales. Javier Vásconez también publicó en México. Es decir, existe una presencia. Pequeña, pero existe.
El sitio www.literaturaecuatoriana.com, que ud. creó junto con Raúl Serrano, ha llegado a las 300 000 visitas. ¿Cómo interpreta esa cifra?
Hoja de vida
Iván Oñate
Nació en Ambato, en 1948. Estudió Semiótica en Argentina y España. Ahora es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central.
Ha publicado cerca de 10 poemarios, entre los que se cuentan ‘El fulgor de los deshollados’, ‘La nada sagrada’ o ‘Anatomía del vacío’; en narrativa ha publicado ‘El hacha enterrada’.
La cifra me exime de todo énfasis innecesario. Pero sobre todo, ha servido para sustentar la dignidad y orgullo de nuestra tierra. Me gusta recordar las cartas que Raúl Serrano Sánchez y mi persona recibimos de nuestros migrantes. “Gracias a ustedes —nos escriben—, cuando nos humillan, podemos mostrar que venimos de una tierra de poetas y letrados.
Que algún día, nuestros hijos también escribirán los libros de amor que merecemos”. ¿Puede haber mejor galardón, para un profesor universitario?
Hace poco cumplió usted 62 años. ¿Esa cuenta del tiempo ha cambiado algo en su visión de la vida?
No la ha cambiado, solo ha confirmado mi cobardía. James Dean decía que hay que morir joven y dejar un cadáver bello. A su vez, E.M. Cioran sostenía que la vejez es el castigo por no haber muerto pronto. El año pasado, me tocó sufrir en carne propia esta prolongación. Pero una vez más, la poesía y México me salvaron. La escritora Ana María Jaramillo me prestó el estudio del poeta mexicano José María Espinasa en el Centro Histórico de esa ciudad y entonces ocurrió el milagro.
¿Cómo está su relación con la poesía ahora, está escribiendo algo últimamente?
Estuvo mal, muy mal. El año pasado, no vino a visitarme. Pero en la madrugada del 25 de febrero de este año, precisamente en México, volvió. Me dictó un poema largo que esa misma tarde leí en la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Mi amigo, el novelista Guillermo Rubio, le puso nombre a ese nuevo libro: ‘México’. Prosa, escribo siempre.
¿Qué se regaló a sí mismo?
Me basta con el amor y el afecto que he recibido hasta ahora. Las llamadas de la familia y los viejos amigos. La llamada de Amaro Nay, por ejemplo, quien a los 20 años me descubrió como poeta, desde la Argentina.
¿Sigue fiel al rock and roll?
En el colegio, en Ambato, formé un grupo de rock and roll y llegamos a debutar, nada menos que en el Tenis y Golf club de Cali, Colombia. Algo con pureza amateur, sin pretensión profesional.
Pero usted ha grabado un disco recientemente…
Una travesura casera, con mis hijos Javier e Iñaki. También con un joven guitarrista y antropólogo, Pepe Mejía. Pero mira cómo son las cosas, en casa de Leonardo Wild escuchó el disco Eric Spitzer, quien es sonidista nada menos que del cineasta Werner Herzog o de cantantes como Bono. Como le gustó, metió mano en las más flagrantes imperfecciones. Es decir, puedo decir sin faltar a la verdad, que tengo un disco masterizado por Spitzer.
¿Ya le dan ganas de aconsejar a los poetas bisoños?
De ninguna forma. Creo que nunca lograré hacerlo.
¿De todas formas le gustaría decirles algo?
Que acabo de descubrir a un poeta trascendental . Ya lo había leído, pero su libro ‘Cuatrocientos cuerpos’ ilumina el resto de su obra. Me refiero a Roy Sigüenza. Que lo lean. En él se confirma que la poesía está hecha para desenmascararnos de nuestros éxitos o nuestros fracasos. La poesía nunca permitirá que solamente seamos biología marchita.