Obama: encrucijada

Si alguna virtud tiene el sistema electoral de los Estados Unidos es la transparencia de las aportaciones económicas. Y aunque todavía persisten ciertas trampas para encubrirlas o disimularlas, es posible, con solo ingresar a la Internet, saber quiénes y con cuánto aportan a determinado partido o candidato. Así se pueden conocer, entre otras cosas, las preferencias políticas de los grupos empresariales, y las agendas que impulsarán o bloquearán desde los espacios de poder político que conquisten.

La sociedad norteamericana, capitalista y liberal hasta los tuétanos, no pone reparos a estas prácticas. Acepta como normal que los empresarios tengan representantes directos en los cargos de elección popular. Dicho de otro modo, la ciudadanía concede al capital derechos electorales.

Gracias a ello, no es ningún secreto la afinidad política de ciertos sectores económicos con el partido republicano, particularmente aquellos identificados como el “gran capital”. Aunque por ahora han cedido la mayoría en el Senado, cuentan con un bloque suficiente como para hacerle la vida a cuadros a Obama.

Su enorme influencia ya se puso de manifiesto en el boicot a las iniciativas del Gobierno a favor de un tibio acuerdo ambiental en la Cumbre de Copenhague. Las poderosas industrias de la contaminación no podían verse amenazados por las exigencias de controles ambientales globales. Ahora resulta que el destino ecológico del planeta está en manos de un reducido grupo de senadores republicanos de los EE.UU.

Una segunda iniciativa donde ha operado esta lógica es la obstaculización a la emblemática propuesta de reforma de la salud. No importa la verguenza que significa que la economía más poderosa del mundo condene a la marginalidad sanitaria a 40 millones de personas. Los intereses de las corporaciones farmacéuticas, de las aseguradoras y de las redes privadas de hospitales son intocables.

La última movida es una presión frontal contra la reestructuración del colapsado sistema financiero. Según algunos prestigiosos economistas y académicos recientemente reunidos en Nueva York, el riesgo de un nuevo ‘crack’ financiero está latente, porque las medidas tomadas por el Gobierno no pasan de ser otras tantas burbujas como las que estallaron hace un año. Algo así como tapar el excremento del gato con excremento de perro. En el fondo, no es más que la defensa de antiguos y poderosos bancos ungidos de una injusta sacralidad.

La obstaculización republicana a las políticas de Obama refleja una virulencia inédita en otras administraciones demócratas. ¿Será que estos halcones ultramontanos consideran intolerable que un negro, joven y posmoderno pretenda impulsar algún cambio?

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