Redacción Cultura
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La imagen de un jardín oriental ¿responde a un anhelo espiritual de paz?
La alusión a la cultura oriental me sirve para explorar las cosas cotidianas y sencillas y con ese material intentar crear un microcosmos de sentido múltiple.
¿La atmósfera oriental es el hilo que atraviesa la obra?
No sé hasta dónde quedó tan unitario como yo hubiese querido. Esa siempre es la ambición. Hay textos que se escabullen a ese orden al que uno intenta someter el conjunto. La idea era inventar o apelar a un espacio extraño que es, en este caso, el jardín de arena, como un lugar desde el cual pensar y meditar sobre mi propia experiencia vital, sobre la memoria, tratando de que esas evocaciones puedan iluminar el presente.
HOJA DE VIDA
Cristóbal Zapata
Nació en Cuenca en 1968. Además de a la literatura se ha dedicado a la crítica de artes visuales contemporáneas. Ha participado y coordinado la Bienal de Arte de Cuenca.
Ha publicado los poemarios ‘Corona de cuerpos’, ‘Te perderá la carne’, ‘Baja noche’, ‘No hay naves para Lesbos’ y, en narrativa ‘El pan y la carne’.
¿El jardín perdido de la infancia?
Se trata de la reinvención del pasado, porque siempre hay una dimensión ficticia en la reconstrucción de la memoria. Esas cavilaciones tratan de echar alguna luz sobre la experiencia mía actual y también la de los lectores.
¿Cuánto de la filosofía zen ha participado en esta obra?
La evocación del jardín zen también acarrea por debajo otras motivaciones, esta formas de expresión apelan a recursos cotidianos, sencillos, básicos. Con esos recursos precarios intento, como digo, recrear un microcosmos. En esa medida trabajo mucho con los registros del habla cotidiana. Hay formas de la oralidad que intento atrapar.
¿Eso tiene que ver con los juegos de palabras que se escuchan parecido pero que mutan de sentido?
La paronomasia lo explotaron mucho los poetas conceptistas como Quevedo o Gracián. En el poema sobre Ledesma Vásquez hago un juego similar. Esos recursos proceden de la cantera histórica de la poesía en lengua española. Por supuesto las conexiones con otros poetas posteriores son latentes. El poema es una especie de caja de música. El sonido y el sentido deben estar perfectamente ensamblados.
¿Qué papel tiene en ese microcosmos las estampas o las reminiscencias familiares?
Mis libros se van armando por acumulación, al calor diversos estímulos, y luego los voy corrigiendo y cuando ya no soporto la convivencia con esos textos, siento que es hora de publicarlos. Mis evocaciones y reminiscencias de alguna parte de mi vida siempre alimentan esos estímulos.
El poema es una especie de caja de música. El sonido y el sentido deben estar perfectamente ensambladosEn la parte de homenaje a varios de sus poetas preferidos hay textos pequeños que contextualiza sus biografías. ¿Era necesario?
Estos textos umbrales surgen de la necesidad de contextualizar el origen del poema. Quiero referir la génesis de ciertas circunstancias que detonan la escritura del texto. Quería arrimar algunas noticias básicas sobre los poetas a los que me refería. Consideraba que era un poemario que se iba a publicar afuera y que no siempre los lectores deben estar al tanto de esas referencias.
¿Quería –como dice un verso de Quevedo que usted cita- escuchar con los ojos a los muertos?
Es eso, se trata de explorar esas situaciones limítrofes en las que a ellos se les revela su condición como individuos y como poetas, la idea es oír esos pequeños monólogos en imágenes. Disfruto mucho haciéndolo porque hay juego como tautológico, igual que con los epígrafes, del cuadro dentro del cuadro, que es un juego barroco, que abunda en varios significados y que también está en el arte conceptual.