El cielo rompió en rotundos aguaceros como para que recordemos aquel dicho popular: abril, aguas mil. Como si la súplica de lo dilatado del invierno hubiese encontrado eco y se desató con furia.Esta vez el invierno se hizo presente en varias provincias de la Costa y el Oriente, amén de las fuertes precipitaciones que ya se dejaron sentir en los días de Semana Santa en Quito, donde se registraron hasta 800 llamadas de emergencia.En la selva oriental el río Misahuallí dejó a más de 2 000 familias damnificadas; la creciente mató a dos mujeres.En Napo, escombros, pérdidas materiales y desazón. Más allá, las carreteras cortadas y el aislamiento. En Cascales, provincia de Sucumbíos, la contradicción: el exceso de agua dejó a la población sin suministro de agua potable. La carretera que une la zona con la Sierra central, la Baños-Puyo, se bloqueó.En Esmeraldas se registró el desalojo de varias viviendas cuya estabilidad peligraba debido a los suelos anegados por el aguacero. El río también rugió y se desbordó. Y Milagro, en Guayas, está bajo agua. Una zona de Alluriquín de nutrida producción lechera quedó aislada y las mulas, como hace años, sustituyeron a los tanqueros que no podían entrar.Y al final, lo de siempre. Las declaratorias de emergencia que no son efectivas. Como si los decretos pudiesen sustituir la solidaridad que tarda, o es parcial y politizada.Una geografía escarpada complica la cosa y una obra deleznable se pierde en cada correntada. Hay que volver a empezar. Y cuesta millones. La reposición de la obra física tarda buen tiempo y los recursos no son inagotables.Pero lo peor es que la mano solidaria se estira perezosa y al dolor humano, como cada invierno, se lo llevará el río.