El Premio Nobel de la Paz para Malala y Kailash Satyarth llega como un bálsamo entre las tribulaciones que sacuden al planeta entre sobresalto y sobresalto.
Malala Yousafzai es la más joven entre quienes han recibido el Premio Nobel. Esta paquistaní tiene 17 años y su lucha fue un hito auténtico por el derecho a la educación femenina. Estuvo al borde de la muerte y su ejemplo conmueve no solo por lo que supone su figura frágil frente a la prepotencia del Estado y los anacronismos con los que convive la humanidad en pleno siglo XXI, sino además por el ejemplo demostrativo que nos desnuda día a día frente al espejo, para preguntarnos lo que hemos hecho cada uno de nosotros por la humanidad cuando hay seres como estos.
Protegida bajo la identidad de Gul Makai, su blog en la BBC denunció la situación durante el dominio talibán en el norte de su país: Pakistán.
Talibanes trataron de asesinarla en el 2012, cuando interceptaron el auto en el que viajaba y le descerrajaron dos tiros en la cabeza, dándola por muerta. De allí en adelante todo fue un milagro. Un viaje al hospital, un traslado a Gran Bretaña.
Su libro, su ejemplo y su palabra son símbolos distintivos en tiempos en que la intolerancia y la fe fundamentalista acosan a amplios sectores del planeta y desatan terrorismo,
asesinan a inocentes en guerras ‘santas’ de particular violencia.
El premio para Malala no es el primero que recibe, ya ha sido galardonada y se ha convertido en un signo de los tiempos convulsos que vivimos. Junto a Malala Kailash Satyarthi comparte el Premio Nobel. Conocida la noticia, los comentaristas de los medios de prensa internacionales esperaban que su causa no pasara inadvertida por el fulgor de Malala.
La verdad es que vale la pena reconocer su lucha como activista contra el trabajo infantil en la India. Una potencia gigante del mundo, gigante también por su inequidad. Los premios Nobel de la Paz 2014, un llamado a la reflexión.