Nelly Ayabaca (der.) cuenta que su sobrino, de 15 años, no aparece. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
Patricia y Magaly solo tienen 13 y 15 años. Son amigas y ambas esperaban irse a EE.UU. para reunirse con sus padres. Pero Patricia planificó el viaje en silencio y partió un poco antes de la última Navidad.
La niña, que vivía en un pueblo distante del cantón Cañar, ahora intenta cruzar México. Cuando planificaba la salida estaba ilusionada por conocer a sus padres que la dejaron cuando tenía menos de dos años. El 15 de diciembre, su abuela Macaria y su tía Tránsito, con quienes vivió siempre, la enviaron con un coyote.
La orden de entregarla a un desconocido llegó un día antes de la partida. Los padres de la niña pactaron el viaje por USD 15 000 y solo llevó una mochila ligera con tres paradas de ropa.
La migración de niños ‘no acompañados’ se maneja con sigilo en las familias de Cañar y Azuay. Para el exfiscal de Cañar, esto ocurre, porque ellos conocen que es un acto ilegal.
El Código Penal (art. 213) establece prisión de 10 a 13 años al tráfico de niños migrantes.
De hecho, en Ecuador no hay cifras que revelen específicamente cuántos menores han migrado en los últimos años.
Pero entre el 2010 y el 2015, la Cancillería cuantificó en 112, el número de ecuatorianos (niños y adultos) reportados como desaparecidos. En cambio, la organización 1800-Migrantes, que sigue estos casos, tiene un listado de 110. Esta cifra se recogió entre 2009 y 2016.
En el pequeño pueblo de Patricia todos notaron su ausencia. Antes de Navidad, la tutora de la escuela llegó a la casa de la abuelita y ahí se supo todo.
Los coyotes y los progenitores obligan a los padres sustitutos (familiares) a mantenerlo en silencio. También, callan porque, en caso de no cruzar la frontera, el coyote les ofrece hasta tres intentos.
Eso ocurrió con Diego C., un adolescente de 16 años y vecino de Patricia. A principios de diciembre pasado, él partió por tercera vez por vía terrestre hacia Tulcán y desde Colombia viajó en avión a Centroamérica. La semana pasada, él esperaba en Ciudad Juárez (México) para cruzar la frontera por el desierto y encontrarse con sus padres, a quienes los conoce solo por fotos. En los dos intentos anteriores fue retenido y deportado de México.
Una prima contó que en esas travesías, Diego escapó de las pandillas que operan en la frontera mexicana.
Viajó largas horas escondido en camiones de carga, permaneció encerrado y hacinado en casas, caminó, enfermó y nadie lo atendió.
En agosto pasado, Unicef presentó el informe “Sueños Rotos” que reveló el trayecto que viven los niños migrantes para cruzar la frontera México-Estados Unidos y escapar de las pandillas y de la pobreza.
Según esta investigación, 42 000 menores ‘no acompañados’ (la mayoría de Guatemala, El Salvador y Honduras) fueron retenidos en la frontera de los dos países en el primer semestre del 2016. No alcanzaron a ver a sus padres.
Otros menores, como el ecuatoriano José Tacuri, desaparecieron en la frontera y no hay rastro. El joven dejó su natal Cuenca en marzo del 2013, cuando tenía 15 años.
Su familia supo de él hasta el 1 de junio de ese año, cuando un primo que iba en ese grupo le contó que José, exhausto de caminar, se alejó de todos para descansar. Según Nelly Ayabaca, su sobrino nunca se preparó para caminar, porque el coyote les dijo que los menores viajan solamente en carro.
La Ley de Movilidad, aprobada la semana pasada, establece reglas para el viaje de menores, como registrarse en un sistema nacional de información.
De hecho, esta norma protege a los migrantes e intenta frenar la salida irregular.
En pueblos como Ger, Huayrapungo y Hato de la Virgen, ubicados en Cañar, sus pobladores confirman que los menores migran a partir de los 12 años. La Fundación de las Américas ha ejecutado proyectos de erradicación del trabajo y actividades lúdicas en comunidades de Azuay y Cañar.
Su técnico, Noé Pinto, contó que en el cantón azuayo de Chordeleg identificaron una alta deserción escolar, porque los jóvenes solo esperan la orden de sus padres para partir.
Con Magaly sucedió eso. Hace dos años ya salió del país por Colombia. En esa ocasión no contactaron a un coyote sino que salió con su tío Segundo, que también quiso emigrar. En Cartagena intentaron viajar en avión a Honduras, pero su tío fue detenido porque la menor no tenía los permisos de salida y él fue encarcelado tres días.
A ella la llevaron a la terminal y de allí se volvió sola a Tulcán, donde le recibió su tía, que la crío desde los ocho meses de nacida y a quien le dice mamá.
Hace cuatro años, la madre de Magaly le ofreció regresar, pero ahora prefiere llevarla. Por eso quería irse con Patricia, pero ella se adelantó.