Pedro Ullauri, de 13 años, se imaginó cómo varias jeringas con la vacuna podrían acabar con el virus que causa el covid-19. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Mientras el coronavirus se pasea por el aire, médicos heroicos llegan de repente y lo atacan con vacunas. La expresión del virus, acechado por el antídoto, es de enojo y susto, imagina María Caridad Ullauri, quien representó ese anhelo en un dibujo.
Su hermano, Pedro, plasmó un ejército de vacunas que van a toda velocidad tras el SARS-CoV-2. “Le quieren inyectar pero él no se deja. Se asusta porque sabe que puede morir”, explica el chico de 13 años.
Los próximos días, para estos y otros niños serán el inicio de un hecho esperanzador: la llegada de las primeras vacunas contra el covid-19 a Ecuador. Ofrecen 86 000 dosis de la farmacéutica Pfizer en la primera fase. Con ellas aplicarán dos dosis a 43 000 médicos de primera línea y a residentes y cuidadores de geriátricos.
Así que con lápices de colores y sobre un papel, los niños imaginan lo que se logrará con la vacuna. María Caridad considera que luego de recibirla hay que seguir evitando reuniones y usando mascarilla. Y Pedro prevé que no llegará a todos tan rápido. “Vacunar a 17 millones de ecuatorianos tomará un año y medio o dos”.
María Caridad Ullauri está segura de que el coronavirus quedará muy asustado y enojado, con los pinchazos. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Es importante, anota la psicopedagoga Cristina Tapia, que los adultos se empapen del potencial de la vacuna, con fuentes científicas, para que puedan explicarles a sus hijos. No dejar que en redes sociales se llenen de suposiciones o miedos al decir, por ejemplo, que una persona se puso la dosis y murió o que no sirve.
La especialista pide recordar que los niños la ven como la mejor arma para luchar contra el covid-19 y con ella forjan un alto nivel de esperanza.
Raffaella Alay, por ejemplo, anhela que nadie más se contagie de coronavirus, tras la llegada de la fórmula. Por eso la dibujó ‘pinchando’ al covid-19.
A la niña de 8 años le preocupa que las dosis que lleguen no alcancen para todos, así que pide un manejo responsable a la autoridad. También espera que no haya que pagar por ella. “Muchos no tienen trabajo o no les pagan mucho”.
Joyce Díaz, izq, de 10 años, vive en Monte Sinaí. Dibujó al virus, en color verde, junto al globo terráqueo. Hamilton Acosta, de Monte Sinaí, pintó un bus frente al centro de salud en donde empieza la vacunación. Fotos: Vicente Costales / EL COMERCIO y archvivo particular
Si los niños ven a la vacuna como una solución, hay que aprovechar para conversar sobre el tema con ellos, sugiere la científica Paola Leone.
Esa ilusión de los pequeños -reflexiona- debe servir para recordar que las vacunas han resuelto problemas a lo largo de la historia, ya que gracias a ellas se han reducido las muertes. Según la OMS, apunta la científica, la mortalidad infantil en niños menores de cinco años fue de 12,7 millones en 1990; de 6,3 millones en 2013 y de 5,2 millones en el 2019.
Empezando por los chicos, señala, hay que romper mitos que dicen que la vacuna dañará nuestro material genético. “Lo que hará es sintetizar unas pocas de las espigas que tiene el coronavirus y forman esa especie de corona. Así activará nuestro sistema inmune y podrá reconocer al virus”.
En Guayaquil, Hamilton Acosta dibujó al bus de la línea 70, estacionado frente al subcentro de salud de Ciudad Victoria, en el popular Monte Sinaí, al noroeste de Guayaquil. En la puerta, un cartel anuncia que han llegado las vacunas.
Cinco chicos, de 8 a 13 años, de Quito y Guayaquil, imaginaron el antídoto, que acabará con la pandemia.
Así imagina el niño el inicio de la inmunización en la etapa 1 de Ciudad de Dios, el barrio de zigzagueantes calles donde vive con su familia. Sobre el papel coloreó grupos ordenados de vecinos, que guardan la distancia de dos metros para recibir un pinchazo de esperanza.
“La vacunación es importante porque todos podremos volver a nuestra vida normal”, responde con un aire de alegría que la mascarilla que usa no logra ocultar, frente a una mesa copada por coloridos lápices, reglas, papeles…
“Aquí podemos ver que la gente va a vacunarse, usando su mascarilla y manteniendo la distancia. Así será en el futuro, cuando termine la pandemia”, dice el pequeño de 10 años mientras sostiene el trabajo.
Monte Sinaí es una de las zonas más extensas y una de las más afectadas de la emergencia sanitaria. Aquí la pandemia agravó la pobreza y frenó la posibilidad de estudio.
En este terreno surgió el plan municipal Educando en el camino, una iniciativa de acompañamiento escolar ante la falta de herramientas tecnológicas. De ella son parte Hamilton y Joyce Díaz, también de 10.
Raffaella Alay, de 8 años, quiere que los doctores puedan darle ya un gran pinchazo al SARS-CoV-2, en este mes. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
La niña casi acabó con su lápiz verde para colorear una desfallecida molécula del virus, atravesada por una puntiaguda inyección. “Que ya llegue la vacuna para que no haya más infectados ni muertos”.
Joyce vació su cartuchera para hallar los colores precisos. Comenzó por esbozar un globo terráqueo, sonriente. Y terminó con detalles de personas, de todas las edades, agitando mascarillas en sus manos.
“Hice este dibujo porque el covid-19 infectó a todo el mundo. Como llegó la vacuna, lo estamos derrotando; y aquí la gente está celebrando”, asegura, llena de esperanza.