Las posibilidades de que a fines del segundo trimestre de este año se presente un nuevo Niño son altas. Eso lo dice la Organización Meteorológica Mundial, que esta semana presentó un informe sobre la llegada de este fenómeno, que definitivamente afectará al país, como ocurrió en el período 1997-1998.
Ecuador ha experimentado algunos eventos que pueden ser considerados como signos de la presencia de El Niño.
Uno: el invierno-verano que hemos tenido en los primeros cuatro meses del año, que históricamente se han caracterizado por las constantes y fuertes lluvias.
Dos: la sequía que viven algunas provincias de la Costa, como Manabí, una parte de Guayas y El Oro. El mismo fenómeno se presenta en Loja, en el sur andino.
Tres: las pocas, pero intensas lluvias de abril que destruyeron las vías e infraestructura de Esmeraldas, una de las provincias más castigadas por el temporal.
Cuatro: precipitaciones intensas solo en la Sierra centro, específicamente en Cotopaxi y su capital provincial Latacunga. El 6 de enero cayeron 114.0 milímetros de agua por metro cuadro, mucho más que en 1998. En ese año cayeron 103,2 milímetros.
Cinco: las lluvias atrasadas en la Sierra, pues no se presentaron entre enero y abril, sino en este mes, cuando normalmente es la época de transición al verano.
Seis: el aguacero inusual que soportó Guayaquil el miércoles 7 de mayo, donde, en apenas cuatro horas, destruyó viviendas y dejó cinco víctimas. El aguacero de ese día fue el más fuerte que se ha tenido en un mes de mayo en 14 años. Esa misma intensidad soporta Zamora Chinchipe, tanto que un alud mató a tres niñas el martes último.
Si bien las autoridades meteorológicas del país han dicho que las lluvias de Guayaquil o lo que ha pasado con este invierno-verano no se pueden relacionar con el fenómeno de El Niño, estas anomalías pueden significar las alertas a tomarse en cuenta para prepararnos y aplicar planes de prevención.