Marco Arauz Ortega. Subdirector
Puede sonar paradójico que Alianza País haya decidido celebrar por todo lo alto en un momento en que se evidencian sus debilidades. Pero desde el punto de vista propagandístico y político, se percibe que es la oportunidad para ‘tirar línea’ y revertir la consistente baja de la calificación ciudadana a la gestión y la credibilidad del Presidente, que equivale a decir del Gobierno.
El ‘marketing’ siempre está dispuesto a crear soluciones mágicas, pero es muy difícil que el Gobierno pueda levantar el fervor revolucionario con más anuncios. El hecho es que sus ideólogos, junto a los sectores políticos que creían en ella, están afuera. Ya desprovisto de ese sello, lo que queda del Gobierno es su visión estatizante, que está mostrando sus graves límites, a escala nacional e internacional.
Mientras tanto, en el círculo presidencial están pesando las decisiones del grupo que conoce del poder por su experiencia con anteriores gobiernos, y que confía en la propaganda y en el control institucional. ¿Qué papel ocupa en medio de todo esto la ‘ciudadanización’ de la revolución? Por supuesto, no solo se trata de tomar medidas clientelares. Tampoco tal proceso se expresa en un poder cooptado políticamente como el llamado quinto poder, o en la continua concurrencia a las urnas.
La ciudadanía radica en las instituciones y en los cuerpos legales que garantizan los derechos individuales y colectivos, entre los cuales está el de la libre expresión. Lo otro, en nombre del pueblo, no repite sino esquemas totalitarios basados en la voluntad de una sola persona y que, por lo mismo, tienen graves dificultades para ‘ampliar la base social’ .
En esas circunstancias, no extraña que se busquen salidas populistas y mesiánicas, en nombre de una ‘revolución ciudadana’ que no estará de cuerpo presente en la fiesta.