Su negocio luce prácticamente vacío. Solo dos computadoras están ocupadas de las 20 terminales disponibles del cibercafé. Las tres máquinas copiadoras del lugar se mantienen apagadas.
Larry Paz y su hermano invirtieron en septiembre pasado cerca de USD 20 000 para poner en marcha un centro de impresión con servicio de copias, Internet y cabinas, al lado de la Universidad Tecnológica América (Unita), ubicada en las calles Guayaquil y Oriente, en el Centro de Quito.
La institución educativa fue suspendida el pasado jueves por el Consejo de Evaluación de Educación Superior, debido a su falta de calidad académica, y con ello las ventas se fueron al piso.
Paz explica que los recursos inyectados en el negocio son parte de los ahorros que acumuló durante 13 años de trabajo en España, país desde donde huyó por la crisis, con la esperanza de montar un nuevo negocio en Quito.
“Era una gran idea ubicarse junto a la Unita. Cientos de estudiantes sacaban copias, usaban Internet y la cabinas. Hasta los profesores imprimían tesis y documentos. Ahora no tengo clientes”.
Paz espera evaluar cómo se desarrollará su negocio en los próximos meses con las personas que transitan por la calle Oriente y los pocos estudiantes de los últimos niveles de la Unita que podrán terminar su carrera.
“Si no logro que sea rentable tendré que vender las computadoras y las copiadoras para tratar de cubrir parte de la pérdida”.
Andrés Zamora no piensa prolongar más el cierre de su local. Estableció un negocio similar de copias y papelería junto a la Universidad Cristiana Latinoamericana, en la 10 de Agosto y Rumipamba, hace cinco meses.
En ese centro educativo estudiaban 4 797 alumnos.
Dos días en que sus ventas cayeron 80% por la falta de clientes, a raíz de la suspensión del centro educativo, bastaron para dejar el local por el que pagaba mensualmente USD 600.
“No tengo clientes. Esta misma tarde (ayer) viene el camión para llevarse mis cosas a otro lugar”.
Una situación similar vive Gustavo Enríquez, propietario de Plaza Net, un local de copias y cibercafé a menos de 200 metros de la Universidad Autónoma de Quito (Unaq), en la calle Mercadillo.
Por el sector transitaban 8 595 estudiantes presenciales y a distancia que acogía la universidad.
Ellos eran su mercado cautivo. Llenaban a diario las computadoras del negocio y demandaban el esfuerzo de cuatro empleados para sacar copias, imprimir y anillar sus trabajos y documentos.
Ahora no hay un solo estudiante. Para atender los pedidos de los transeúntes basta con un dependiente. Enríquez piensa levantar sus equipos y arrendar otro local.
Los mismos planes hace María Erazo, arrendataria de un restaurante ubicado en las calles Pasaje Valdivia y Jorge Washington, en el mismo sector de La Mariscal. El negocio está junto a la casona de estilo colonial que perteneció al presidente Camilo Ponce Enríquez, donde funcionaba una de las extensiones de la Unaq.
Erazo cuenta que el restaurante se sostenía con el consumo de los estudiantes. Abría a las 09:00 y cerraba a las 21:00. Durante el día servía comida y refrigerios para los alumnos de la Unaq. Con la suspensión de la universidad, busca ya un nuevo local.
Pero otros comerciantes, como Jina Montero, no bajan los brazos. Aunque el delicatessen donde servía sánduches y bebidas para los alumnos de la Unaq, en el mismo sector, luce vacío, indica que buscará sacar a flote su negocio y cautivar a los oficinistas y burócratas que trabajan en La Mariscal. “Es una situación difícil que no esperaba. Pero no voy a cerrar”.