El 9 de diciembre del 2007, en Buenos Aires, en ocho ejemplares (siete de ellos en idioma español y uno en portugués), los presidentes de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela, suscribían el Acta Fundacional del Banco del Sur. Los discursos políticos que acompañaron a ese magno evento iban cargados de críticas y severos cuestionamientos a los tradicionales, neoliberales y ortodoxos organismos multilaterales de crédito, principalmente al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial.
El Banco del Sur, en el contexto de la “nueva arquitectura financiera regional”, tiene por funciones, entre otras, financiar proyectos de desarrollo en sectores claves de la economía, orientados a mejorar la competitividad y el desarrollo científico y tecnológico, agregando valor y priorizando el uso de materias primas de los países miembros; financiar proyectos de desarrollo en sectores sociales, para reducir la pobreza en la región, etc.
Transcurridos 7 años de ese evento en la Casa Rosada, en Argentina, el nuevo banco, cuya sede debe funcionar en Caracas, no termina de abrir sus puertas. La semana anterior en Quito, los cancilleres de Ecuador y Bolivia hicieron un llamado, para que se active la entidad. Casa adentro, el tema del Banco del Sur ni siquiera consta en el libro de rendición de cuentas 2013 del Banco Central, en el capítulo sobre la Integración Financiera y Monetaria Regional.
Mientras se espera una respuesta regional al pedido de los cancilleres de la Alba, el Gobierno ecuatoriano mira con interés la posibilidad de recibir créditos del Banco Mundial, por USD 1 000 millones, pero ‘sin condiciones’, aunque ese organismo siempre establece compromisos de pago y los recursos que otorga -casi como una regla- van a financiar proyectos de infraestructura. A todo esto, también se añade el interés de las autoridades de retornar con entusiasmo a los mercados externos de capitales. ¿Se acuerdan del Banco del Sur?