A las 03:00 suena el despertador; Verónica Chicaiza se pone en pie en la fría madrugada del pasado domingo. Mientras la mayoría de la gente duerme, ella y su esposo comienzan a preparar los cevichochos que venderán en el parque La Carolina.
Tres horas más tarde, los primeros rayos de sol comienzan a aparecer. La tenue luz ilumina los rostros de varios comerciantes que, como Chicaiza, acuden al parque todos los fines de semana para ganarse la vida.
Uno de ellos es Marcelo Sarmiento, dueño de uno de los cuatro gusanitos que ofrecen sus servicios a los visitantes del espacio de recreación. A las 06:00 retira los carritos de una bodega cercana y los alista para la jornada, que empezará a las 10:00.
La mayor cantidad de personas comienza a llegar al parque a esa hora. Son familias, casi todas con niños pequeños. Por ello, Rosario Sáez acude cerca de la Cruz del Papa para ofrecer a la gente diversión en un castillo inflable.
A esa hora, en el parque de El Ejido, Leonor López ya tiene una veintena de niños a su alrededor que quieren subirse a uno de sus 15 carritos de pedal. Ajetreada pide a sus peque-ños clientes orden a la hora de cancelar USD 1,50 por los 20 minutos de recorrido. “Trabajando 10 horas diarias, los sábados y domingos, puedo ganar USD 100 cada jornada”.
El dinero que recibe esta comerciante, que es madre soltera, lo utiliza para la manutención de sus dos hijos. Junto a ellos pasa de lunes a viernes.
Son las 12:30, el parque de 14,1 hectáreas -donde laboran 160 comerciantes- luce repleto. Los negocios de bicicletas, coches, venta de jugos, etc. son los que tienen más demanda.
En La Carolina la tónica es similar, solo que allí la gente llega más a los puestos de comida, entre ellos el de Verónica Chicaiza, cerca del área náutica. Ella instala su puesto a las 10:00 y lo cierra a las 19:00 los sábados y domingos.
Asegura que vende diariamente 300 platos de entre USD1 y 2, los más caros tienen fritada. Pero las tres fundas grandes con 500 unidades de platos desechables listos para usarse, indican que la venta puede ser mayor.
Fabián Arcos es un fiel cliente del puesto de cevichochos. “Tienen una sazón especial”, dice. El calor del mediodía de verano le causa sed, por lo que busca a alguno de los vendedores de agua de coco que pululan en el lugar.
“¡Allí está el agua de coco!”, dice un muchacho de 11 años a su padre, a quien le pide que le compre el producto mientras se acerca la vendedora, de unos 30 años. Ella le extiende un vaso por el precio de USD 0,50.
El padre le dice que está muy caro y pide rebaja, la vendedora, Jurany Valencia, acepta el negocio y le cobra USD 0,25.
Por su acento se nota que es colombiana. Ella no es la única extranjera vendiendo en los parques de la ciudad. En estos sitios se encuentra gente proveniente de Colombia y de Cuba, entre quienes está el pinchero de El Ejido, que con un rítmico acento caribeño se niega a una entrevista.
Cerca de él, una familia que acaba de comer el producto conversa y decide ir al parque de La Alameda para “mirar la laguna”.
Allí Danilo Rivera, propietario de los botecitos, una tradición del lugar por cerca de 100 años, corre de un lado a otro cobrando a los improvisados navegantes. Los fines de semana llega un promedio de 80 personas al sitio y de lunes viernes, 20. Rivera cobra USD 2 por la media hora en los botes de remo y 2,50 en los de pedal.
“Gano USD 1 600 al mes, pero pago USD 1 100 al Municipio por el uso del lugar, así que me quedo con lo necesario para vivir. Lo más duro de mi trabajo es que la gente colabore y pague”.
Ese problema también lo vive Rosario Sáez, dueña del castillo inflable ubicado en el parque La Carolina. Dice que debe ser paciente para no pelear con los clientes que no le quieren pagar los USD 0,50 que cuesta brincar 10 minutos en el saltarín.
“Acá llegan 100 personas tanto el sábado como el domingo. Se gana cerca de USD 50 cada día. No alcanza, por eso vendo algodón de azúcar el resto de días”.
Una situación similar la vive Antonio García, vendedor de cometas en el Parque Metropolitano. “ Aquí vendo cometas y el resto de días ropa en las calles, con lo que gano cerca de USD 400 al mes. Pero la cosa está mala”.
Esa situación no es la misma del dueño de los gusanitos de La Carolina. Alas 17:00 cada carrito le ha rendido USD 200. “Debo repartir el dinero con mi hermano, que es mi socio. Me voy no más a ver si se gana un poquito recorriendo los barrios”.