En una desesperada carrera contra el reloj, Grecia sigue negociando externa e internamente para evitar el ‘default’ (cesación de pagos de la deuda), posibilidad que en muchas capitales europeas ya no es visto como un posible riesgo sino como un escenario concreto, que podría materializarse muy rápidamente.
El país quedó ayer paralizado por una huelga general. Miles de personas se concentraron en la plaza central Syntagma, en Atenas, donde hasta ahora reina la preocupación y la angustia.
En el centro de la ciudad, los principales sindicatos se manifestaron contra las nuevas medidas de ajuste impulsadas por el gobierno de Lucas Papademos.
“No a los despidos en la administración pública”, “No al corte del salario mínimo” y “No a la reducción de las pensiones integrativas”, decían los carteles de los trabajadores griegos, aludiendo a tres medidas clave del paquete acordado entre el Gobierno y la “troika” del Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco Central Europeo y la Unión Europea.
Las medidas están orientadas precisamente a obtener un financiación internacional para evitar la cesación de pagos.
En ese escenario, los partidos políticos volvieron a aplazar la dura decisión de aceptar las dolorosas reformas a cambio de un nuevo rescate internacional, aparentemente sordos a las advertencias de que la Zona Euro puede vivir sin Atenas. Tras saltarse varias fechas límite, los líderes de los tres partidos en la coalición del Gobierno del Primer Ministro retrasaron hasta hoy lo que se suponía era una reunión clave.
Un miembro de un partido atribuyó el retraso, que enfurecerá a los líderes de la Zona Euro desesperados por cerrar el rescate de 130 000 millones de euros tras meses de discusiones, a la falta de documentación.