Las autoridades del Gobierno son muy buenas para dar consejos, pero pésimas para dar el ejemplo.
Esta semana, el Canciller dio cátedra a un medio centenar de exportadores sobre cómo debieran trabajar para que el comercio exterior del país sea más dinámico y menos vulnerable a una crisis.
Les recomendó que diversifiquen su producción y que vendan a más países, en lo posible al Medio Oriente, a Sudáfrica, Cuba, Turquía, China, Brasil, Argentina, etc.
Claro que falta construir la logística para llegar a varios de esos países. Y que también hay que firmar acuerdos comerciales con muchos de ellos, pero el mensaje fue clarísimo: diversificar.
¿Y por qué? Porque una crisis internacional puede golpear a quienes dependan mucho de pocos mercados.
Pero el Canciller también fue pragmático, pues reconoció que los mercados de Estados Unidos y de la Unión Europea son importantes para las exportaciones nacionales. Conclusión: mientras más opciones tengan los exportadores para colocar sus productos, mejor para el país.
El mismo día, en Carondelet, el Presidente daba cátedra a corresponsales extranjeros. Les dijo que el Gobierno no necesita ir al mercado internacional para financiarse. Y que tampoco necesita del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial.
El Presidente prefiere depender de China, que ofrece crédito más caro y con garantía del petróleo. De hecho ya se lleva más del 50% del crudo nacional. Y no importa que en tres años haya pasado a ser el primer acreedor del país.