Fabiola Cachiguango dice que las plantas, los insectos y los elementos de la naturaleza actúan en beneficio del hombre.
Con esa premisa, esta mujer quichua decidió experimentar esta sabiduría de sus antepasados en la producción agrícola y compartir con los productores de Otavalo, en Imbabura.Mientras mira una pequeña jícama (tubérculo comestible y medicinal), habla con el dueño de la chacra, José Salcedo. Él tiene una huerta con legumbres, hortalizas y frutales en la comuna Mojandita Curuví, a 15 minutos de Otavalo.
Ella le explica cómo se produce bajo el sistema de chacras. Salcedo la escucha sin dejar de cosechar las papas. En su predio también hay moras silvestres, granadillas, mandarinas, limones, tomates y cebollas largas. Estas están junto a su casa.
La siembra le proveerá de alimento a él, a su esposa y a sus tres hijos. Incluso, podrán vender en la feria sabatina de Otavalo.
Cachiguango continúa su relato. “La simbiosis de animales y plantas ahuyenta a las plagas y evita que la falta de agua de riego perjudique a los cultivos. Por eso, la chacra es la posesión más valiosa para las familias que la utilizan para proveerse de alimentos”.
Desde enero de este año, 160 familias de 25 comunidades de las parroquias Miguel Egas, Quichinche, San Luis y El Jordán, en el occidente del cantón Otavalo en Imbabura, se involucraron con el proyecto Recuperación de las chacras como parte de la tecnología andina de producción’.
Es la tercera fase de un proyecto para retomar la sabiduría y la tecnología agrícola heredada por los ancestros. Este trabajo tiene el apoyo del Municipio, el Ministerio de Inclusión Económica y Social, el Ministerio de Agricultura, la ONG Heifer Internacional y el Centro de Estudios Pluriculturales (Cepcu).
Cachiguango es la presidenta del Cepcu. Ella y los otros seis miembros (dos agrónomos, tres promotores y una secretaria) se encargan de capacitar a las familias en los saberes ancestrales.
Todos los días recorren las comunas y se reúnen con las familias para enseñarles de agroforestería, semilleros, abonos animales, alimentación básica y la recuperación de los productos andinos.
No empezaron de cero. Aprovecharon la capacitación que realizaron otras ONG en el último lustro y la feria sabatina denominada De la Mata a la Olla que se realiza de 07:00 a 12:00, en la cancha múltiple del barrio La Florida (Otavalo).
Para esta tercera fase, el Ministerio de Inclusión Económica y Social aportó con USD 145 526, mientras que el Cepcu contribuyó con USD 14 000.
Salcedo está satisfecho con la capacitación que recibe. El estiércol de sus 200 cuyes, 30 gallinas y una vaca le sirve para abonar la tierra que está junto a su casa.
Su esposa, María Chinchico, participa en la feria desde mayo del 2009. Ella vende papas cocidas con ensalada de pandra (una verdura) y nabo.
Vende USD 10 cada sábado. Sus hijas ofrecen chuchuca (choclo tostado y molido), quinua, fréjol, maíz, papas, cebollas, apio, pimiento y yerbas medicinales. Las porciones se venden entre 25 y 50 centavos. “La chacra nos permite comer, vender y vivir sanamente. El proyecto del Cepcu es muy bueno, nos ayudó mucho”.
Manuela Cachimuel, de la comuna Calpaquí, también participa en el proyecto. Ella dejó de trabajar en el servicio doméstico para dedicarse al cultivo. Obtiene USD 20 semanales que le sirven para costearse sus estudios. Estudia computación.
En la feria De la Mata a la Olla participan unos 45 productores. Las carpas plásticas para ofrecer los productos se levantan en una cancha a una cuadra del mercado. Los compradores llegan desde las 07:00.
El ajetreo es seguido atentamente por Cachiguango, encargada de la organización de la feria. “Nos aseguramos de ofertar productos 100 % orgánicos. Si alguien tiene duda, le invitamos a visitar los terrenos. Eso nos da compradores fieles. El proyecto tiene mucho por recorrer”.