Al parecer, la Navidad de 2009 no será tan grata como las de años anteriores. Una atmósfera de cólera; y, en ciertos casos, hasta de odio se siente en la vida social. Ya hay familias en las que para evitar el rompimiento fraternal de los jóvenes, en la reunión se comprometen a no hablar sobre política; porque unos son partidarios de una tesis; otros, de la opuesta y, siendo jóvenes, la pasión aparece con facilidad; y, entre las más perniciosas pasiones la del odio.
Para la Psicología no es extraño este fenómeno cuando anota que el odio prende con frecuencia no solo entre unos y otros grupos familiares, sino entre los miembros de una misma rama familiar.
El odio es la cólera en conserva. Resulta más permanente que la pasión de la cólera, pero la caracteriza especialmente la repulsión, la tendencia al alejamiento del ser odiado que además ha de tener, para poder serlo, ciertas características personales. Así como la cólera impulsa natural y espontáneamente a la agresión destructiva directa de su objetivo, el odio actúa de un modo más complicado, sin duda por tener otros componentes afectivos, entre ellos el reconocimiento de cualidades de la persona odiada.
La vida del que odia discurre paralelamente a la del odiado, unida a ésta por un misterioso lazo. Si el odiador afirma que no quiere saber nada acerca de su rival, le sigue y atisba hasta en sus menores actos, colocándose siempre frente a frente de él, pero sin transponer la distancia que le separa, hasta tanto el estado de odio no se transforme en algún otro estado afectivo como la venganza, el resentimiento, la envidia y otras manifestaciones.
Esto es lo que aprendimos en la querida Universidad Central del Ecuador, hacia la mitad del siglo pasado, cuando a pesar de la diferencia política entre dos ramas de izquierda -la socialista y la comunista- no se llegó como hoy al ataque a mansalva con caracteres delictivos. Era una lucha en la que primaban las tesis; y, en algún caso extremo, los del bando contrario agredían físicamente a los opuestos, pero sin llegar a causar lesiones o heridas.
La sociedad quiteña -y seguramente las de otras partes del país- están sufrientes. La situación económica no permite alegrías y exagerados optimismos. Desde el alto Poder siembran negativismos contra quienes no forman parte, o no se someten con la cabeza inclinada, cual si fuesen peones de las antiguas haciendas, con dueños que utilizaban el látigo para que sus órdenes y caprichos se cumplan.
Causa contrariedad observar cómo tantas personas están aptas a someterse y rendir obediencia al Poder.
Ni siquiera recuerdan la grandeza digna de sus antepasados; o el hecho de que, siendo jóvenes, incurren en los mismos errores de algunos viejos políticos que se adocenaron a los mandones de turno y a los “jefes” coléricos e impositivos.